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Pocos personajes fueron tan poderosos en la Asturias de la Edad Media como Rodrigo Álvarez de Asturias, que vivió sus años de esplendor en las primeras décadas del siglo XIV. En una época en que los reyes tenían dificultades para...
 
Pocos personajes fueron tan poderosos en la Asturias de la Edad Media como Rodrigo Álvarez de Asturias, que vivió sus años de esplendor en las primeras décadas del siglo XIV. En una época en que los reyes tenían dificultades para mantener su autoridad y abundaban por todo el reino las rebeliones, don Rodrigo tomó el partido de la fidelidad monárquica, controló el territorio asturiano al servicio del rey, y por ello obtuvo grandes recompensas que aumentaron aún más su poder. El concejo de Cabranes formó parte de su extenso señorío.
En realidad lo ocurrido en las décadas a caballo entre los siglos XIII y XIV reproducía una vieja historia: a medida que los reyes se iban alejando de Asturias por las necesidades de la reconquista y repoblación de un reino en crecimiento, el gobierno de la retaguardia debía entregarse a una nobleza cortesana que, con frecuencia, trataba de extralimitarse en sus atribuciones. Había ocurrido a principios del siglo XII, cuando administraban la región antiguas familias condales, y para evitar nuevos problemas los reyes de aquel tiempo reaccionaron privilegiando a la baja nobleza.
Rodrigo Álvarez descendía de una de aquellas familias que empezaron a prosperar en la segunda mitad del siglo XII, y que procedían de la zona centro-oriental de Asturias. No es posible, en el estado actual de nuestros conocimientos, conocer el solar originario de aquella parentela que terminaría identificándose con la localidad de Noreña. Pero sí es muy probable que el territorio de Cabranes se cuente ya desde esa temprana época en el escenario vital de este grupo familiar. Desde entonces, varias generaciones se destacaron en el servicio a los reyes castellano-leoneses, primero en la administración local del territorio del que procedían, representando al rey en los concejos de la zona centro-oriental de Asturias, y ya en el siglo XIII participando en las sucesivas campañas militares que permitieron la ocupación de las grandes ciudades del valle del Guadalquivir.
 
En el tercer cuarto del siglo XIII Pedro Álvarez de Noreña logró acceder al círculo de la máxima confianza del rey Sancho IV: por su fidelidad obtuvo el importante cargo cortesano de mayordomo mayor, y su asidua presencia en el entorno regio le permitió emparentar con la poderosa familia castellana de los Lara. Y aunque falleció en 1286, sus dos hijos varones, Pedro y Rodrigo, continuarían frecuentando la generosidad real, al parecer al servicio del infante don Fernando. Unos preciosos libros de cuentas del rey Sancho IV han conservado la cantidad de dinero que recibía el monarca en forma de impuestos por toda la extensión del reino en los años 1290 y 1292. En el concejo de Cabranes dicha cantidad ascendía a los 600 maravedís en concepto del tributo llamado martiniega, lo mismo que se recaudaba en otros pequeños municipios como los de Parres o Laviana, y claramente por debajo de lo que aportaban municipalidades próximas de mayor tamaño: 900 en Nava, 1.200 en Piloña y hasta 3.600 en Villaviciosa, donde a la extensión territorial se unía una apertura al mar cuyos puertos eran origen de jugosos ingresos a las arcas regias. Por razón de fonsadera, otro impuesto que redimía de las obligaciones militares, pagaban los de Cabranes 60 maravedís, que de nuevo dan idea de la entidad del concejo al ser comparados con los 6.000 de Oviedo o Avilés, los 1.000 de Villaviciosa, los 600 que pagaba Piloña o los 280 de Nava.
Es importante reseñar, en cualquier caso, que los 600 maravedís de martiniega que reunían cada año los habitantes de Cabranes para entregar a los oficiales del rey no llegaban nunca a las arcas del monarca. En esa época era frecuente que las rentas del rey estuviesen repartidas entre sus más fieles servidores, y nuestra fuente aclara que los 600 maravedís recaudados en Cabranes estaban destinados a los hijos del fallecido Pedro Álvarez, que extendían su poder a todo el espacio centro-oriental de Asturias como beneficiarios de la mayor parte de las rentas regias de la zona, a saber en los concejos de Cangas de Onís, Cabrales, Amieva, Ponga, Parres, Ribadesella, Colunga, Piloña, Caso, Laviana, Nava, Aller, Siero, Villaviciosa, Gijón, Oviedo, Grado, Salas amén de otras rentas repartidas por todo el reino.
La muerte prematura del primero de ellos en 1298 dejaría al joven Rodrigo al frente del grupo familiar, y su identificación con la tierra asturiana de la que procedía hará que, en las noticias de la época, el de Noreña sea reconocido y haya pasado a la posteridad como Rodrigo Álvarez de Asturias.
 
En el momento de su incorporación a la edad adulta, volvían a ser tiempos revueltos en el reino de Castilla. La muerte de Sancho IV en 1295 dejaba la corona en manos de un niño, el pequeño Fernando IV; y por doquier prosperaban los abusos de poder. En ese contexto Rodrigo Álvarez, convertido en el más poderoso señor del territorio asturiano, permaneció fiel a la causa del joven rey, pero a cambio de sucesivas recompensas. Si su patrimonio era grande, en los primeros años del siglo XIV incorporará una riqueza mucho mayor, a saber la jurisdicción sobre numerosos concejos y villas. Con ello Rodrigo Álvarez se convertía en el señor de aquellos territorios, con capacidad para nombrar a los oficiales municipales, de recaudar impuestos –los maravedís anuales de los que ya hemos hablado- y de convocar a los hombres al ejército. Así pasaron a sus manos los puertos de Llanes, Ribadesella y Gijón, y la puebla de Colunga o el concejo de Siero, donde él mismo promoverá la constitución de la villa. Y también el concejo de Cabranes, que al menos desde 1304 funcionaba ya como entidad municipal independiente en la que estaba asentado un notario público.
La relación de Rodrigo Álvarez con Cabranes se extendía, además, a la propiedad de distintos bienes repartidos por su territorio. Y aunque no se ha conservado una relación completa de sus propiedades, a través del testamento que otorgó en 1331 y de otros documentos conservados sí es posible hacerse idea, por un lado, de la extensión de su riqueza, y por otro del interés de sus devociones. En estas destaca el interés, común en los testamentos de la época, por los hospitales de leprosos. La última voluntad del de Noreña recoge una extensa relación de establecimientos benéfico-asistenciales a los que gratificó al fin de sus días, y entre ellos se cita expresamente la malatería de Guardo, a la que legó la no pequeña cantidad de cuatrocientos maravedís aclarando que los dirigía a los lazrados de Buardo, que es en Cabranes.
Por lo que se refiere a sus propiedades rústicas, el testamento ya citado y otros documentos dan buena cuenta de sus intereses en la zona, y en concreto en Camás. Un diploma del año 1314 procedente del archivo del monasterio cisterciense de Valdediós declara cómo, en ese año, se anudaron las relaciones entre los monjes y el magnate. Don Rodrigo se había destacado como defensor del monasterio, y pensaba en él como el lugar donde habrían de reposar sus restos para siempre. Por eso pedía que a su entierro se celebrase una solemne ceremonia y que cada año, en su aniversario, los monjes fuesen en procesión con agua bendita sobre lo que sería su sepulcro. Con las rentas que dejaba debía comprarse la comida del monasterio para ese día, que incluyese pan, vino y pescado. Además, exigía que cada día perpetuamente un monje misa de difuntos por su alma en el altar mayor de Santa María de Valdediós, y asimismo se rezasen otras dos misas en su recuerdo, igualmente cada día. Después don Rodrigo mudaría de opinión y su cuerpo terminó sepultado en el ovetense monasterio de San Vicente. Pero de su antiguo deseo quedó un revelador testimonio sobre la historia de Camás.
 
Como era habitual en la época, las buenas relaciones se anudaban con la cesión mutua de derechos y privilegios: el abad Tomás y los monjes cedieron entonces a Rodrigo Álvarez los beneficios que rentaban las tierras de su monasterio en la localidad leonesa de Melgar. Y don Rodrigo, con la misma muestra de buena voluntad, hizo donación al cisterciense de sus propiedades en Camás, que retenía de por vida y entregaba en donación valedera para después de su muerte. La acostumbrada sequedad de los documentos de entonces no desciende al pormenor de en qué consistían aquellos bienes; pero del modo de expresarlos cabe pensar que debían de ser mucho, y que abarcarían tanto propiedad rústica como señorío sobre las personas y el territorio. El hecho de que hable de la mi villa de Camayes, con todos sus omnes, fueros, derechos, castillos, heredamientos… permite pensar que allí era propietario don Rodrigo de prácticamente todo el pueblo, y que tenía derechos señoriales sobre sus vecinos, consistentes normalmente en que él recibía los impuestos que en otros lugares cobraba el rey, y que en muchas parcelas de la vida pública el señor suplantaba la propia autoridad real. Como es bien sabido, Camás fue durante siglos un coto del monasterio de Valdediós, una jurisdicción particular que fue separada del concejo de Cabranes y que con toda seguridad arraiga al menos en los tiempos de don Rodrigo, a principios del siglo XIV. Al dictar su testamento en 1331, aún reconocía este poderoso señor que había dado a Valdediós todo lo que yo avía en Camayas, que es en Cabranes, y les confirmaba de nuevo aquella donación a cambio del rezo perpetuo de tres misas diarias por su alma.
 
Rodrigo Álvarez de Asturias fue, en las primeras décadas del siglo XIV, el más poderoso señor de Asturias y un personaje clave en la política del reino: luchó contra los musulmanes, protegió la causa del rey en situaciones de revuelta y fue individuo destacadísimo en la corte. Su proximidad a los monarcas le valió la multiplicación de su poder, ya fuese en forma de nuevas propiedades o de derechos señoriales. En el cénit de su carrera, su alta posición política en el reino de Castilla le capacitaba para convertirse en cabeza de un linaje nobiliario de primer orden en la región asturiana y en la totalidad del reino. Sin embargo, la falta de descendencia legítima se lo impidió. No tuvo hijos de su esposa María Fernández, y sólo consta la existencia de sendos vástagos habidos fuera del matrimonio: Alvar Díaz, que falleció prematuramente en 1325, y Sancha Rodríguez, que casaría con Pedro Núñez de Guzmán. Por eso su herencia quedaría repartida de modo peculiar: al nacer en 1333 el infante don Enrique, hijo bastardo de Alfonso XI y de su amante doña Leonor de Guzmán, Don Rodrigo, en una de las últimas acciones documentadas de su vida, prohijó al infante legándole el solar de Noreña y un conjunto de propiedades y jurisdicciones difícil de precisar, pero que debía ser lo más lucido de su extenso patrimonio. Con ello, don Enrique de Trastámara, que llegaría a reinar como Enrique II, añadió a su ya rica herencia unos sólidos dominios en el norte del reino; sobre ellos se alzaría contra su hermano el rey Pedro I, y de la guerra civil resultante terminó saliendo victorioso y coronado. En fin, diversos monasterios e iglesias se llevaron el resto de su herencia, y entre ellos particularmente los de San Vicente de Oviedo y Valdediós. Y el coto de Camás fue parte de esas propiedades que terminaron en manos eclesiásticas. El hecho de que lo donase en 1314 al monasterio de Valdediós para sufragar las tres misas diarias que esperaba recibir tras su muerte, selló hasta el siglo XIX el destino histórico de la localidad, sujeta al monasterio maliayés.
Rodrigo Álvarez no viviría mucho tiempo después de expresar sus últimas voluntades. En 1333 deja de figurar al frente de los territorios de Asturias y León, que gobernaba para el rey con el título de merino mayor; y debió morir uno o dos años más tarde, según transmiten con fechas contradictorias crónicas y documentos de la época. Siguiendo sus disposiciones testamentarias fue enterrado en el monasterio de San Vicente de Oviedo, ante el altar mayor, en un sepulcro ricamente decorado que hoy se conserva en el Museo Arqueológico de Asturias (M. C. P.).