El siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, supone un antes y un después en la
historia de la salud. El desarrollo de los conocimientos médicos propició la prolongación de la vida y el éxito ante la enfermedad en una medida impensable sólo algunas décadas antes. Con ello se dejaba atrás una
historia milenaria de impotencia ante los embates más simples de la enfermedad y la muerte. En efecto, las sociedades históricas se han enfrentado a las enfermedades con herramientas muy elementales: por un lado los cuidados mínimos de alimentación, reposo y calor; y con ello una amalgama de remedios tradicionales, acertados solo algunas veces.
En este sentido, una de las manifestaciones más interesantes de las sociedades preindustriales, en particular desde los siglos XII y XIII, es el mantenimiento de instituciones de carácter benéfico-asistencial que, con el nombre de hospitales, proporcionaban esos cuidados mínimos al enfermo o al peregrino, y al mismo tiempo apartaban del resto de la sociedad a los portadores de ciertas dolencias para así intentar evitar los contagios. En particular se trata de las conocidas tradicionalmente como malaterías, leproserías o lazaretos, que la cultura popular ha vinculado tradicionalmente a los terrores medievales con sus masas dolientes de infectados que alertaban del peligro de su enfermedad haciendo sonar una campana a su paso.
La enfermedad de la lepra, hoy erradicada en Europa, es la que da nombre y consistencia histórica a las malaterías. La lepra es una enfermedad infecciosa que afecta visiblemente a la piel y, si no se trata adecuadamente, termina provocando la pérdida progresiva de dedos en pies y manos o del tejido cartilaginoso de nariz y orejas. Pero más allá del sufrimiento que provoca, históricamente el padecimiento de la lepra ha tenido una connotación moral y pecaminosa, como presunto reflejo de la podredumbre moral en la afección física. La Biblia contiene numerosas referencias a ella en este sentido, y por ello motivó el apartamiento de los enfermos en la cultura occidental cristiana. Dicha prevalencia en el texto sagrado implicó también que distintas afecciones con clara manifestación cutánea y similar significado de impureza, como la sífilis, terminasen asimilándose a la lepra.
Por ese motivo, en el mundo medievales muy frecuente la existencia de estos centros de internamiento a los que se conoce en el caso asturiano como malaterías, y a sus portadores con el nombrede malatos. En Asturias se han identificado más de treinta, y una de ellas estaba localizada en el territorio de Cabranes.
A pesar de que son muy escasas las noticias que de ella se conservan, la de
Guardo se reconoce como una de las más antiguas de la región, cuya existencia se retrotrae al menos al siglo XIII. En la documentación aparece con el nombre de malatería de Buardo o Ayardo, y su temprana desaparición, a principios del siglo XVIII, provocó la casi total pérdida de su recuerdo. Sin embargo, las investigaciones de José Ramón Tolivar Faes en los años sesenta del siglo XX permitieron, primero, la recuperación de la memoria de aquella malatería ubicada en el concejo de Cabranes, y luego su localización precisa en lugar hoy despoblado; esto no debe extrañar, ya que el alejamiento de las entidades de
población era uno de los rasgos característicos de estos centros de internamiento.