Cabranes

Enciclopedia de Cabranes.

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Sidra

 
No es casual la inclusión de Cabranes en la agrupación de concejos que actualmente se denomina Comarca de la Sidra. Lejos de cualquier artificio turístico, no es en absoluto caprichosa ni baladí esta adscripción.
Cabranes, “aquella Arcadia escondida entre robles, castaños y pomares” (García-Robés 1924, p. 177), goza de la sidra desde tiempos inmemoriales, igual que el resto de Asturies. Pero aquí, como en otros concejos cercanos, los avatares de los tiempos han hecho que se conservaran hasta hoy en día una cultura, una tradición y una sabiduría sidrera, con tal arraigo, riqueza e intensidad que son difíciles de ver en otros lugares.
Efectivamente, tras la conocida cita de Estrabón del s. I a. C. sobre las tribus ástures, de las que dice que beben “zhyto”, pues tienen poco vino, la documentación asturiana más antigua relacionada directamente con la sidra la encontramos en un texto del monasterio de Obona (Tinéu), del año 780, que declara la conveniencia de dar sidra, “si puede ser”, a los siervos que allí trabajaban.
Después, en el diploma fundacional de San Vicente de Uviéu, del año 781, ya se habla de pumaradas. De igual modo se observa en el testamento de una dama llamada Fakilo, redactado el año 793, y que se conserva en el archivo catedralicio ovetense, donde dona a su muerte, al monasterio de Santa María de Lliberdón [Libardón], ciertas “pumaradas” que poseía en varios pueblos de Colunga y Villaviciosa.
La diplomática que desde época altomedieval llega hasta nuestros días en forma de testamentos, donaciones, contratos, foros, etc., inunda nuestros archivos con referencias a “llagares, pumaradas, cubas de sidra”, etc. Hay citas repartidas a todo lo largo y ancho de Asturies, incluido el occidente, como vemos en la ya citada de Obona, aunque también hay otras de Bárcena (Tinéu), de Piantón (A Veiga), incluso de los balleneros valdesanos de L.luarca [Luarca], etc., pudiendo decirse que la sidra estaba presente en la vida de los asturianos de todas las zonas y de toda condición: siervos, amos, clero, nobles, campesinos, pescadores, etc.
Pero las órdenes monásticas van a tener un papel relevante en la distribución de las pumaradas durante la Edad Media, en diferentes sentidos para cada zona.
En el occidente, los plantíos de viñedos se van extendiendo rápidamente en detrimento de las pumaradas, merced al impulso del monasterio de Corias (Cangas del Narcea) y del cabildo catedralicio ovetense. También se acentuó esta influencia al estar favorecida por unas condiciones edafo-climáticas muy aptas para las viñas, lo que enfatizó el desequilibrio, descendiendo notablemente el cultivo de manzana, y por ende la fabricación de sidra. Es por esto por lo que desde la baja Edad Media la situación se consolida más favorablemente a la producción de vino, aunque la sidra no desaparece totalmente.
No ocurre así en el centro-oriente de Asturies. Las órdenes monásticas también tienen aquí su responsabilidad. Cenobios como San Salvador de Valdediós, San Bartolomé de Nava, Santa María de Villamayor, Soto de Dueñas de Parres, etc., impulsan en sus extensas posesiones, mediante contratos de mampostería, la plantación de manzanos de forma bastante generalizada. De ahí que hasta la actualidad se haya conservado con más intensidad el fenómeno sidrero en esta parte de Asturies, en detrimento de la zona occidental.
 
Manzanas

Manzanas

Así, vemos que, como dice Andrés Martínez Vega sobre Santa María de Villamayor, que “[...] lo que resulta ausente prácticamente del entorno de nuestro cenobio es el viñedo”, pues se constata una sola mención en 1512 a una viña en la documentación de este monasterio, mientras que el árbol más abundante en las propiedades monacales es el manzano, teniendo abundantes parcelas con dedicación exclusiva. “Es posible que la especialización del cultivo fuera una consecuencia de una importante industria de transformación de la manzana en la comarca” (Martínez Vega, 1997,pp. 90-91).
Estos monasterios gozaban de la propiedad de extensos terrenos, fruto de donaciones y testamentos, en su mayoría de nobles, reyes y ricos hacendados, para la salvación de sus almas, para dote de novicias, etc.
Sabemos, entre otras, de donaciones como la que hace el 20 de abril de 1223 Munio Alfonso, al convento de Valdediós, en la que cede para la salvación de su alma y de sus parientes, propiedades y derechos que tenía en Cabranes: “[…] ego Manio alfonsoValis Dei Conversus, facio Cartam donationis vobis J… Abati valis Dei ejusdem, et omni Conventui, de his meis hereditatibus […] et concedo Monasterio VallisDei jure perpetuo ob remedium anime mee, et parentum meorum […] In SantoMiliano de Vinnon: In Santa Eulalia de cabranas: In Santo Martino deTorazo: In Santa Maria de Frenedo […]” (Marqués de Aledo, 1948, p. 36).
Otro ejemplo de vinculación de algunas tierras de Cabranes, en este caso al monasterio de Santa María de Villamayor, se muestra en el contrato concertado en 1519 entre la abadesa y D. Diego Alonso del Bustio y su mujer, Dª. María Suárez, vecinos del concejo, para el ingreso de su hija Elvira Gutiérrez, comprometiéndose apagar anualmente dos fanegas de pan. A la muerte de ambos, se obligan a sustituir este pago por la entrega al monasterio de la hacienda que tienen en Madiéu (Martínez Vega, 1997, pp. 51-52).
De igual forma, el topónimo de El Préstamu, en la parroquia de Santolaya, procede de un tipo de propiedad monástica, nombrado así en la documentación antigua y que designa bienes de distinta naturaleza integrados en grandes unidades de explotación que se ceden para su aprovechamiento (Martínez Vega, 1997, pp. 92).
Al igual que hicieron otros muchos propietarios, los monasterios buscaron siempre la forma de sacar un rendimiento sustancioso a sus tierras, en este caso mediante contratos o arrendamientos llamados “de mampostería”. Vemos, por ejemplo, cómo en el año 1512 se arrienda en Cabranes “la pumarada de Basal” a un licorero llamado Juan Fernández (Martínez Vega 1997, p. 91).
Su nombre procede del latín, “manum ponere”, quizás como recuerdo del acto en que un noble acoge a un siervo bajo su protección imponiéndole su mano sobre el hombro. Es un rescoldo del derecho germánico, por el cual se distingue entre la propiedad del suelo y la del arbolado plantado en él. Así, se pacta que el arrendatario que los explote, plante los árboles y obtenga luego la mitad de sufruto, recibiendo además algún otro beneficio, como pasto, leña, etc., mientras que el propietario del suelo recibe la otra mitad del fruto, a la vez que mantiene su posesión cuidada y limpia y, por lo tanto, en valor. El contrato solía tener una duración igual a la vida de los árboles, estimada entre 30 y 50 años, aunque también los había a perpetuidad, “para siempre jamás” (Martínez Vega 1997, pp. 107-111), siempre y cuando no se dejara morir el arbolado y se fuera sustituyendo lo desaparecido. Se aplicó principalmente a manzanos y castaños.
 
Sidra

Sidra

Esto da idea delvalor concedido a la sidra ya en tan tempranas épocas, procurando los propietarios dedicar sus terrenos a cultivos que tuvieran un rendimiento económico manifiesto.
En este contexto debemos situar también a Cabranes como territorio bajo la influencia de estos cenobios. Después, también aquí, tras la temprana implantación del maíz (s.XVI-XVII) y gracias a la mayor productividad de este cereal, se van liberando terrenos de cultivo que se aprovechan para pumaradas, las cuales aumentan progresivamente, como señalan Jovellanos y otros en el s. XVIII.
Lo cierto es que no se habría dado este caso si no fuera por la gran rentabilidad económica obtenida del cultivo de la manzana, tanto para consumo propio como para la exportación a otras partes del reino, incluidas después las provincias de ultramar, y otros países. El prócer gijonés lo menciona así en su Informe sobre la Ley Agraria(1794): “[…] las huertas de naranjas y aun muchos prados y heredades, se convirtieron en pomaradas por el aumento del consumo y precios de la sidra”.
De ahí que en estos concejos centro-orientales se conserve con tantísima pujanza esta cultura tradicional de la sidra que refleja la pertenencia de Colunga, Villaviciosa, Bimenes, Nava, Sariego y Cabranes a la antes citada Comarca de la Sidra. No obstante, la intensidad de este fenómeno podría extenderse a muchos otros, tales como Siero, Xixón, Carreño, Piloña, Parres, Ribadesella, Uviéu, Grao, Salas, etcétera.
Centrándonos ahora en Cabranes, quizás una secular y peculiar insularidad o aislamiento en el centro de la región, haya contribuido a mantener con gran pureza la cultura tradicional sidrera, como vemos en numerosos ejemplos. No es casual la sabiduría de nuestros mayores sobre el particular, ni tampoco la relativa gran cantidad de lagares antiquísimos de husillos de madera conservados hasta épocas recientes.
Asimismo notamos cómo la peculiar orografía cabranesa, con terrenos algo abruptos y accidentados pero de poca altitud, se ve salpicada por un sinfín de pequeñas pumaradas tradicionales, cuya extensión nunca pasa de unos pocos “días de güés”, dadas las características del terreno. Sin embargo, albergan múltiples y ancestrales variedades de manzana de sidra, muy apreciadas actualmente por los lagareros industriales, que suponen un reservorio fitogenético destacable.
La documentación más temprana referida al tema en este concejo, parece ser hasta el momento,la recopilada en 1752 para el catastro de Ensenada. No hay demasiada información respecto a la sidra, quizás porque parecía ponerse más énfasis en los cereales, aparentemente de mayor interés fiscal para el Reino. También se debe tener en cuenta que, al ser este un instrumento con finalidad eminentemente recaudatoria, las declaraciones de producción se realizaban escandalosamente a la baja: “…habiéndoles hecho presente el subdelegado que estos productos eran muy cortos…” (Ensenada 1752, p. 275). Tal era así, que algunas veces se llegaba a amenazar a los peritos para acercar las declaraciones a la realidad, repitiendo los interrogatorios en numerosas ocasiones, “[…] para que ponga en conocimiento de la verdad, y evitar el fraude y dolo con que han prozedido” (Ensenada 1752, p. 287). Aun así, el carácter muchas veces escondido y hermético de los lagares, y el destino mayoritario para consumo propio, facilitaban la ocultación de sus datos productivos.
 
Las respuestas para el coto de Camás se obtuvieron por separado, ya que, como se sabe, Camás no estuvo incluido en el concejo de Cabranes hasta 1826, año en que se desvinculó del abadengo de Valdediós.
Se menciona en primer lugar la disposición de las pumaradas en Cabranes: “A la octava, que los castaños y robles por lo regular están estendidos sobre toda la tierra, y que los demás árboles, se hallan dispersos en yleras y sin orden, escepto algunos días de bueyes, que están plantados de manzanos y avellanos.” (Ensenada 1752, p. 261), y en Camás: “A la octava, que los frutales no están extendidos en toda la tierra, eszepto algunos pumares que se hallan en diferentes huertas y campos del lugar.” (Ensenada 1752, p. 313). También las superficies de pumaradas en ambos casos: 46 días de bueyes en Cabranes, “Las quarenta y seis plantadas de manzanos de única calidad.” (Ensenada 1752, p. 261), y 20 en Camás: “Veynte plantados de manzanos…” (Ensenada 1752, p. 315).
En Cabranes, “Un día de bueyes plantado de manzanos lo ocupan treynta pies, y produze cada dos años diez y seis fanegas de manzana que hacen una pipa de sidra” (Ensenada 1752, p. 264), igual que en Camás (Ensenada 1752, p. 316).
En cuanto a los profesionales, se dice que en Cabranes “Ay quatro tratantes de sidra que son Francisco Blanco, Francisco del Riego, Juan Antonio de los Corrales, y d. ¿Samuel? Madiedo, a quienes regulan cada segundo año a treinta reales de vellón” [...] “A la treinta y tres, que en el término hay diez carpinteros, componiendo este número dos madreñeros y dos toneleros, a los madreñeros regulan a real y medio, y a los demás a dos reales y de comer.” (Ensenada 1752, p. 270). Suponemos que, aunque no se especifique, entre estos carpinteros citados también habría alguno que hiciera lagares esporádicamente, aunque no estuvieran tan especializados como los toneleros. No menciona tampoco ningún lagarero, cosa extraña, que no se explica nada más que por la ocultación de ingresos que comentábamos.
Sí se habla de ellos, sin embargo, en el coto de Camás: “Ay dos lagares de hazer sidra, uno de Domingo de el Riego, el otro de Fernando de la Canellada, y comun dexan doze reales a cada uno de utilidad al año” (Ensenada 1752, p. 319).
En otro orden de cosas, merece la pena mencionar la novela costumbrista Villagrís, de 1924, que Jesús García-Robés ambientó en Cabranes, atribuyéndole el nombre ficticio de “Llamargales”, y que cuenta con un capítulo dedicado a la sidra. Se narra una escena cotidiana en un lagar, que describe su ambiente, parroquianos y utensilios, a principios del s. XX.
 
Pumarada

Pumarada

A continuación, vamos a describir someramente el proceso tradicional de la fabricación de sidra en el concejo, que no difiere esencialmente del proceso que se sigue en el resto de Asturies, salvo en ligeras variantes de su vocabulario. Para esta descripción, daremos entre comillas el vocabulario en asturiano, que es el de uso común en “llagares”, “chigres”, etc. Tal es así, que se puede decir que no se entiende la cultura sidrera asturiana, y por supuesto la cabranesa, sin el uso de esta terminología tan rica, tan explícita y descriptiva, desarrollada durante siglos al par de estas técnicas de trabajo por nuestros sabios ancestros.
Obviamente, el principio está en la pumarada. Aunque en la antigüedad, al menos desde el Neolítico, se obtenía sidra de “mazanes monteses”, procedentes de ejemplares sin cultivar de Malus sylvestris, lo cierto es que los manzanos cultivados, Malus domestica, procedentes de hibridaciones seculares, son los que proporcionan más rendimiento y las características deseadas de amargor, acidez y dulzor para la fabricación de sidra. Se debe tener en una pumarada el número apropiado de cada variedad, para obtener la mezcla adecuada de estos tres parámetros, que suele ser aproximadamente un 5-10% amargas, 15-20% dulce-amargas, 10-15 dulces, 25-30% semi-ácidas y 35-40% ácidas.
Las variedades o “tribes” de manzanas de sidra presentes en Cabranes tampoco difieren sustancialmente de las del contorno. La de Montés de La Parte, por ejemplo, debe ser originaria de este lugar de la parroquia de Torazu. Aunque es seguro que habrá muchas más que sean autóctonas del concejo, no hemos podido individualizarlas en nuestro trabajo de campo. A la vez que van desapareciendo las viejas pumaradas, también se van perdiendo en la memoria de nuestros mayores los nombres de las múltiples variedades antiguas.
No obstante,hemos recogido alguno de los nombres de variedades usadas en Cabranes: d’Osu (amarga), de Soñosa (ácida), de Dulce Blanca (dulce), de Coloradona, del Ratu, de Santu, de la Fuente, del Mayorazu, de Restalla, de Montotu, de Montés de La Parte, d’Escanda, de Santudomingu, de Fresnosa, de Rapaquexu, de Camuesa, de Panera, de Ovedana, de Castañéu, de Ramonín. También citaremos los nombres recogidos por el estudioso Lluis Portal (Portal 2005, pp. 75-76) en Pandenes: de Raneta, de Mingán, de Sucu, de Blanquera, de Vizcaína, de Coloraína, de Infiestu, de Culo Llanu, de Llosona (dulce), de Perucoche…, y esta copla referida al tema:

Si quies mazanes buenes
vete a la mio pumarada,
que les hai de perucoche
y de raneta colorada.

Hay que tener en cuenta que la misma variedad puede conocerse de diferente manera en distintos lugares. No es infrecuente que a una clase determinada se le dé el nombre de quien la introdujo en ese lugar, el del lugar de procedencia o dónde se consiguieron los “garcios” para el injerto.
 
Para iniciar la plantación, se pueden obtener los ejemplares adecuados haciendo un semillero o “pevidal”, con semillas de cualquier manzana, aunque serán más resistentes si son silvestres, obteniendo lo que se llama “pie francu”. Estarán primero en un terreno reducido, abrigado y bien abonado, trasplantándolos luego a un terreno mayor donde permanecerán unos 2 ó 3 años, con separación suficiente entre ellos para poder limpiar y atenderlos convenientemente. Se obtiene así un árbol apto para “inxertar” (o “ensertar”) con la variedad escogida. Para ello se corta un “garciu” del árbol donante, esto es, un trozo de rama de unos 20 cm., crecido en el año, o “añal”, que se inserta mediante un corte en el árbol receptor. Esta operación se suele efectuar en el menguante de San José (marzo), para asegurar su buena implantación, lo que se llama “prender”.
Hay diversas técnicas desarrolladas desde la antigüedad; las más comunes son las “de escudu y de púa”, dependiendo de la posición del injerto. Una vez efectuado se recubre con “cuchu” (estiércol), que procura el necesario aislamiento del aire. Si “prende”, esa rama ya dará frutos de la variedad elegida. Aunque sea anecdótico, no resulta raro ver antiguos “pumares” injertados con dos o incluso tres variedades diferentes en el mismo árbol. Parece deberse a simples experimentos aislados sin más trascendencia.
El injerto y la posterior poda controlada del árbol darán como resultado unos “pumares” adultos de diferentes formas, que pueden ser: “libre, de vasu, de copa, ensín tueru”, etc., según el aspecto que adopten. La poda, junto con el abonado otoñal con “cuchu”, el encalado, y el control de las plagas o “gafures” constituyen los cuidados efectuados normalmente en las pumaradas.
En La Parte, en El Camonal, hemos visto hace años “guedeyos de clines”, esto es, crines de caballo liadas, enroscadas sobre el tronco a media altura, para evitar que las hormigas accedieran a las ramas donde “pastorean” a los dañinos pulgones. También se podía hacer esto con lana de oveja.
Con todo, el más conocido mal de las cosechas, lo constituye “el cocu la mazana”, un gusano blanquecino que no es sino la larva de la mariposa Carpocapsa, Cydia pomonella, la cual pone en ella sus huevos para que al nacer se alimenten de la pulpa, dañando fatalmente los frutos, a veces en proporciones realmente preocupantes.
El “ratu topineru”, o rata topo, Arvicola terrestris, constituye otra seria amenaza para los árboles, a los cuales come la raíz, secando este inexorablemente. Se combaten incansablemente mediante ”guindones”, trampas que se introducen en sus galerías subterráneas para aniquilarlos por atrapamiento.
Entre los muchos problemas que frecuentemente afectan a la pumarada está incluso el de los corzos, que al frotar sus cuernas contra los troncos de árboles jóvenes, les infringen serios daños en la corteza, llegando incluso a secarlos o dañarlos gravemente.
 
La vecería no es una plaga, pero sí constituye un problema desde hace tiempo, y es la responsable de que muchos lagares cabraneses, como del resto de Asturies “mayaren” solamente cada dos años, lo que se conoce como “mayar pola collecha”, es decir, cada buena cosecha. Consiste en la alternancia de grandes recolecciones con otras muy pobres. Se debe a la inhibición de la floración, causada por sustancias hormonales que producen los frutos de la cosecha anterior. Cuanto mayor haya sido una cosecha, más se inhibe la floración de la siguiente, y viceversa. Es por ello por lo que se controla mediante el aclareo de flores o frutos cuando la cosecha es grande, evitando que sea excesiva, y ayudando así a que la siguiente no peque de escasa. Tradicionalmente no se solía luchar contra la vecería por la dificultad del aclareo manual, quitando fruto por fruto cuando aún son pequeños. Actualmente se realiza con métodos químicos durante la floración. En Asturies, las cosechas abundantes propiciadas por la vecería corresponden tradicionalmente a los años impares.
Cuando llega la época de la recolección, que empieza hacia finales de octubre, se siegan las pumaradas para prepararlas, y que la “pación” no estorbe y se estropee durante “les pañaes”.
La primera manzana que se “paña”, es la que cae sola del árbol a causa de estar dañada, o “cocada”, agusanada, la que se conoce como “del sapu”, y es de peor calidad. A nosotros mismos en nuestra niñez nos decían en El Camonal que no comiéramos de las del suelo, porque nos nacerían “sapos en la barriga”. Otras personas creían que estaban dañadas por estar “mexaes de los sapos”, o sea orinadas de los sapos que las tenían a su alcance al estar en el suelo.
En el fondo, no se trata más que otra muestra de la sabiduría popular que por distintos medios “disuasorios”, trataba de alertar sencillamente, aprovechando la repugnancia hacia los sapos, que estas primeras manzanas caídas antes de su normal maduración, lo hacen por tener algún tipo de daño.
La “mazana del sapu”, se podía dar a los animales, principalmente a las vacas, o se “mayaba” para vinagre. Si era una cosecha escasa y quería aprovecharse, se echaba en un tonel aparte para ver cómo evolucionaba y si podía mezclarse con otros toneles.
La recogida de la manzana se realiza en “andecha”, reunida toda la familia, incluso con la ayuda de algunos vecinos y amigos, a los que luego se devolverá el favor.
Mientras se recoge, ya se va haciendo una primera selección para retirar las que estén en mal estado, podridas, etc. Se echan en cestos denominados “ochavos”, que tienen una capacidad de 40 kg., y constituyen la medida básica de capacidad para manzana, junto con la pipa. Ésta se compone de 20 ochavos, 800 kg., y se considera la manzana necesaria para obtener una pipa de sidra, esto es, 450 l. o 600 botellas.
La “pañada” se transporta al lagar en carros, que se descargan en el “mazaneru” o “canigú”. Este espacio habitualmente situado en el piso superior, bien aireado, y adecuado para almacenar las manzanas, suele tener una puerta de acceso en la parte alta. Aquí estará la manzana los días necesarios para que estén en su punto óptimo de maduración.
Como colofón, o “ramu de les pañaes”, el lagarero solía obsequiar a los participantes con un “magüestu”, convite que se realizaba en el propio lagar. Se consumía “sidre del duernu”, sidra dulce sin fermentar recogida directamente del “duernu”, a donde fluye desde los “pinganexos” de la prensa, acompañada con castañas asadas, “castañes amagostaes”.
Los “magüestos” eran celebraciones netamente festivas donde nunca faltaba la música de gaita, violín, acordeón, etc., y los cantos, y donde se celebraba el final del duro trabajo de la recolección de la manzana.
 
Llagar

Llagar

Con el tiempo,también empezaron a realizarse “magüestos” como actividad puramente lúdica, sin necesidad de celebrar el fin de la recolección, sino como divertimento en época otoñal.
Veamos ahora cómo debe ser un lagar, es decir, el ideal arquitectónico tradicional de lo que era un edificio construido expresamente con este fin, a la manera que abunda, tanto en Cabranes como en el resto de Asturies.
Ha de estar orientado hacia el Norte, por la necesidad de frío para conservación de la sidra; construido “mataterreru”, es decir, contra el terreno, aprovechando su pendiente, y con gruesos muros de piedra al objeto de mantener estabilizada la temperatura. Con el mismo fin, apenas tiene ventanas, y si las hay son de pequeño tamaño. El portón del piso inferior es de gran tamaño para la introducción de los toneles, y el acceso al piso superior, de tamaño medio, está perfectamente colocado para facilitar la descarga de los carros al “mazaneru”. Desde éste, en el interior, generalmente una canaleta facilita la bajada de la manzana hacia la “duerna de mayar”, en el “solláu”, al lado de la “masera”, para facilitar la carga de ésta. Todo, en suma, calculado con la ancestral sabiduría de nuestros lagareros.
En algunos casos, en el piso inferior, junto a los toneles, se ubica un pequeño mostrador y alguna mesa para ejercer las funciones de chigre, cuando la sidra se vende allí mismo.
Todos los detalles están muy pensados. Se advierte también cómo esta disposición favorece la circulación de manzana durante el proceso productivo, desde arriba (donde se descarga y almacena), hacia abajo (donde se “maya”), facilitando la manipulación y ahorrando esfuerzos con la ayuda de la gravedad.
El momento que la sabiduría popular considera más adecuado para “mayar” es el menguante, mejor “con dos o tres díes andaos de lluna”, aunque esto no siempre se pueda cumplir, por la madurez de la manzana, la temperatura ambiente, o en el caso de producciones grandes, porque el proceso puede durar varias semanas.
En algunos lagares se sitúa la “duerna de mayar” en el piso superior, cargando desde allí la “masera” mediante una canaleta, mientras que en otros se sitúa en el “solláu”, una plataforma junto a la prensa, desde donde esta se carga.
En los días previos al comienzo del proceso de mayado, es necesaria una preparación del lagar y de los toneles para que estén en condiciones óptimas. Esta preparación, primordialmente consiste en una limpieza exhaustiva de todos los aperos intervinientes, sobremanera el interior de los toneles que han de albergar la cosecha. Esta limpieza se solía hacer para no introducir elementos extraños que pudieran afectar al sabor de la futura sidra, con un simple cepillo de raíz y agua caliente, o sidra hervida.
También se han de “amugar”, o poner a remojo, llenándolos de agua, tanto los “cascos”, los toneles, como la “masera” del lagar. Esto tiene como finalidad que “les duelles” de los toneles, y los “llagos” del lagar se hinchen, ajustándose entre ellos y ocluyendo así los resquicios o hendiduras que pudieran tener, y por los que pueda derramarse el líquido.
En el caso de los toneles, si queda alguna hendidura demasiado grande que no se pueda reparar por este método, se ha de sellar con una brea compuesta de sebo y resina de pino mezclados en caliente.
Para el caso de la “masera”, los intersticios grandes entre los “llagos” se tapan mediante una operación denominada “mofar el llagar”, que consiste en calafatearla, de forma similar a como se impermeabilizaban los cascos de los barcos de madera. Se hacecon “mofu”, musgo obtenido en zonas umbrías de los bosques, introduciéndolo a presión entre los “llagos” mediante la “pina de mofar”, una cuña de madera dura, apta para manejar con una mano mientras con la otra se golpea con una“maceta” de madera.
 
Esta operación se raliza de forma idéntica a la desarrollada en las naves de madera desde época prehistórica, como atestiguan vestigios de barcos de la Edad del Bronce hallados en las Islas Británicas calafateados con estos musgos. Ha llegado hasta nuestros días sin alteración, y la hemos constatado recientemente en Castiellu, lo que da idea de la transmisión ancestral de las técnicas de trabajo de nuestros lagareros.
Para “mayar”, convertir la manzana en “magaña”, en pulpa troceada, se distribuyen entre 4 y 8 “mayadores” de pie a ambos lados de la “duerna”, cargada con uno o dos “ochavos”. Golpean rítmicamente con sus “mayos” hasta obtener la textura adecuada, que no debe ser demasiado deshecha o pastosa. Una vez terminado cada ciclo, otro a la cabecera, con una pala carga en el lagar la “magaña” resultante.
Generalmente se acompaña este duro trabajo con cánticos que ayudan a llevar el ritmo. En Castiellu hemos recogido esta pequeña estrofa:

Burubún, barabá,
que se va Miguel,
que se va Miguel,
burubún, barabá,
que me voy con él…

Solía hacerse después de acabar las tareas de la casería, y podía durar desde media tarde hasta el amanecer, habiendo “mayado” en ocasiones hasta una pipa cada “mayador”. El lagarero procuraba la cena, y por supuesto la sidra también se consumía libremente y en abundancia.
Era corriente que los “mayadores”, amigos y familiares, o contratados a jornal, llevaran cada uno su propio “mayu”, hecho a su gusto y medida. Los “mayos” eran una especie de mazas troncocónicas de madera de “pumar”, adecuada por su gran peso. Llevaban un mango hincado verticalmente, generalmente de madera de avellano, y de poco más de un metro de altura. Con él se golpea la manzana en la “duerna”, verticalmente, y con golpes asentados, porque a veces había quien golpeaba ladeándolo ligeramente, con lo que conseguía aminorar la cantidad de manzana que le correspondería, echándolo hacia sus colaterales. A esta pequeña argucia se llamaba “mayar en falsu”.
Una vez llena de “magaña” la “masera”, se puede “pisar” con unas madreñas específicas para esto, de piso plano, para asentar bien toda la “llagarada”. Luego se coloca sobre ella “la madera”. Esto consiste en colocar tres capas perpendiculares de maderos, alternamente, para distribuir la fuerza de apriete por igual sobre toda la superficie de la “llagarada”. Estas piezas, generalmente de madera de roble son, de abajo a arriba: los “chaplones”, después “les aguyes”, “molleros” o “carneros”, y arriba el “verdugu”, “marrán” o “marrana”.
Se deja la “magaña” así dispuesta hasta por la mañana, que se empieza a “apertar” el lagar. Al estar cubierta de madera no se oxida, evitando picarse. Mientras, asienta la “llagarada” y pierde algo de volumen, y ya va empezando a “pingar” la sidra por su propio peso.
Dependiendo del sistema de apriete, existen varios tipos de “llagares”, a saber:
“D’apertón!, que suelen ser los más pequeños, por lo regular para “mayar” en cada “llagarada” desde ½ hasta 6 o 7 “pipes”. Pueden ser de uno o dos “fusos”, o husillos, de madera, que ejercen la presión directamente sobre la madera de la “llagarada”, pero de forma discontinua, porque al exprimir se reduce el volumen de la pulpa y disminuye el apriete. Para seguir “estruciendo”, exprimiendo, hay que dar periódicamente un “apertón”, es decir, apretar mediante el giro de los husillos. De ahí su nombre. Es el modelo más abundante en Cabranes, distribuido por la mayoría de las caserías. Hay modelos más grandes, con husillos de hierro, también en algunos lagares industriales.
 
“De pesa”, los de tipología más antigua, y con gran capacidad, generalmente entre 5 y 12 “pipes”. Efectúan el apriete sobre la “llagarada” como una palanca de segundo género, con la resistencia entre el fulcro y el punto donde se ejerce la fuerza. Aquí el apriete del “fusu” produce un levantamiento de la pesa de piedra que pende de una viga de grandes proporciones. El peso de la piedra es el que produce la presión, por lo cual ésta es continua, y sólo se ha de procurar que no toque el suelo para no perder compresión sobre la “llagarada”. Existieron en Cabranes varios ejemplares, conservándose en la actualidad al menos uno, de 1860, perfectamente restaurado y ejemplarmente mantenido junto con su edificio y aperos.
“De tixera” o “sobigañu”. De tamaño similar al anterior, aunque su factura difiere en que carece de pesa y en su lugar el “sobigañu” o viga inferior se alarga en la misma medida que la superior. Lo que se consigue con el giro del “fusu”, y que proporciona el apriete, es el acercamiento de los extremos de ambas vigas, que en su parte media estrujan la “llagarada”. Parece ser este el modelo más evolucionado, ya que permite ejercer más presión que los otros, aunque de forma discontinua, y precisa de periódicos “apertones”. Hay noticias de varios de este tipo en el concejo, aunque actualmente sólo hemos constatado uno en Ñao, que se mantiene en precario estado.
“De cepa”, que es una variante del anterior, similar en todo, excepto en que se sustituye el alargamiento del “sobigañu” por una cepa de madera firmemente anclada al terreno mediante piedras y trabazones enterrados. Los datos disponibles no citan específicamente ningún ejemplar de este modelo en Cabranes, aunque no se descarta en absoluto su presencia, ya que abundan en zonas limítrofes del concejo de Villaviciosa.
En los albores del s. XX, y finales del XIX, empezaron a distribuirse por Asturies los husillos de hierro, una de las pocas partes del lagar en que se admitía este material al no estar en contacto con la sidra o la “magaña”.
A partir de entonces, además de los de nueva factura, algunos de los antiguos “llagares d’apertón” se modificaron para instalar estos husillos. El proceso era fácil, ya que sólo había que sustituir la viga superior para albergar los nuevos husillos, aprovechándose el resto de la estructura. Algunos “llagares de viga” (así llamados genéricamente los “de tixera”, “de pesa” y “de cepa”) también se vieron reconvertidos en modelos “d’apertón” a causa de este proceso, como es el caso del de Casa los Indianos, en Torazu.
La estructura básica de cualquier modelo de lagar, con las variantes vistas, consta de una viga superior, “la viga”, y otra inferior o “sobigañu”, sujetas mediante “tornos” y “pines” a dos o cuatro (según los modelos) columnas verticales llamadas “beres” o “berines”, todo ello de roble, ya que soporta los esfuerzos más importantes del conjunto.
Sobre el “sobigañu” y otros dos soportes paralelos denominados “meses” o “bancos”, se ubica la “masera”, una especie de mesa compuesta por una serie de maderos prismáticos de sección cuadrada o rectangular, los “llagos”. Estos han de ser de una madera que no desprenda “cortiega”, o tinte, como el roble, o mucho mejor de cerezo. En caso de ser de castaño, hay que “escortiegalo”, esto es, quitar la “cortiega”, el tinte negro azulado que desprende esta madera, mediante agua hirviente con ceniza, etc.
Los “llagos” son etimológicamente los responsables del nombre de todo el “llagar”, y se interpretan desde la voz latina lacus, con el sentido de cavidad contenedora de líquidos.
 
Antigua prensa

Antigua prensa

Sobre la masera se sitúa el “caxón”, un contenedor cúbico compuesto de “cureñes”, tablas de cerezo o álamo del país, sujetas entre cuatro “esquineros”, cuya función es contener la “magaña” que se maya o “llagarada”. Estas tablas o “cureñes” llevan entre sus junturas unas hendeduras triangulares repartidas regularmente para facilitar la evacuación del dorado líquido.
Sin embargo, no siempre se utilizó este “caxón”, ya que más antiguamente se colocaba la “llagarada” o “pie” desprovista de contención, en forma aproximada a un queso de gran tamaño, mediante la colocación de capas alternas de manzana y paja que daba consistencia para que no se desparramara al apretar.
Esta paja podía ser de trigo o centeno, y facilitaba además la evacuación por capilaridad de la sidra del centro de la “llagarada”. Más modernamente, esta evacuación se procuraba mediante unas pequeñas “canaletas” de madera, largas y estrechas, que descansaban sobre la masera, bajo la “llagarada”.
El proceso para “estrucir” cada “llagarada” solía durar varios días, dependiendo de la temperatura ambiente, ya que con temperaturas cálidas se procuraba acabar pronto para evitar que la “magaña” “ardiera” en el lagar. Se denomina “arder” a iniciar allí una fermentación, con lo que empieza a desprender gases, cuyo efecto es un ruido como un silbido, es decir, que comienza a “xiblar”.
Con tiempo fresco, una “llagarada” grande podía estar “estruciendoW hasta más de una semana. Por ejemplo, en el lagar de Melchor Llavona, de Torazu, que tenía una prensa grande, de unas 10 pipas de capacidad, se tardaba hasta 10 días en “mayar” cada “llagarada”.
En cualquie rcaso, había que dar algunos “cortes” diarios, incluso tres o cuatro, a voluntad del lagarero.
“Cortar el llagar” consiste en desmontar la madera que cubre la “llagarada” cuando ya está muy apelmazada, y realizar en esta unos rebajes oblicuos en los cuatro lados, echando la “magaña” hacia el centro, volviendo apretarla de nuevo y facilitando así su completa extrusión y aprovechamiento del líquido.
Esta operación se efectuaba con una pala afilada, o “cortadera”, generalmente de madera de cerezo, ya que como sabiamente se observó desde antiguo, el contacto con el hierro provoca el ennegrecimiento de la sidra, debido a las sales desprendidas por los ataques de los ácidos de la sidra.
La sidra recién obtenida a lo largo de este proceso se denomina genéricamente “sidre del duernu”, porque es a donde fluye por los “pinganexos” o “caños” del lagar, al “duernu d’amparar la sidre”. De ahí se recoge con una “zapica” para depositarla en los toneles. Pero no toda es igual. La que sale al principio, muy dulce y de consistencia espesa, se llama “la flor”, mientras que la que sale al final, de sabor más fuerte, amargo, y más fluida, se denomina “torcipié”, o “estrucipié”.
Para elaborar una sidra de calidad, el “torcipié” se ha de repartir por igual en todos los toneles, ya que aporta taninos y otras sustancias beneficiosas.
La sidra se echa mediante las “zapicas” de gran capacidad a los toneles por la “zapa”, u orificio superior, en el que se coloca un embudo de madera sobre el que se pone un puñado de paja que obra de colador, para que no pasen trozos de manzana, etc. También se confeccionaban coladores más elaborados con crines de caballo entretejidas en un armazón colocado sobre el embudo, como hemos constatado en Madiéu y Graméu.
 
Toneles

Toneles

Los embudos tradicionales que hemos reconocido en Cabranes son de diversa tipología y antigüedad. Los hay monóxilos, tallados ahuecando una pieza de nogal o cerezo, en forma troncocónica o troncopiramidal, parecida a la “monxeca” o tolva de los antiguos molinos harineros. Otros, posteriores, se construían mediante tablas clavadas de forma troncopiramidal, y los más cercanos en el tiempo eran de forma troncocónica construidos con “duelles” de castaño sujetas con aros de hierro, al estilo de “tinos” y toneles. Todos ellos terminaban en un “cañu” o“cañón”, el tubo que se introducía en la “zapa”. Generalmente, solían tener dos apoyos laterales para equilibrarlos sobre la curvatura del tonel, y con el propósito de sustentar además el peso de la “zapica” que se apoyaba sobre su borde al ser vaciada.
Como hemos dicho, la “zapica de trasegar” se apoya en el canto del embudo para facilitar la evacuación del líquido, ya que se suma al peso considerable del recipiente, el de la sidra que contiene, hasta 12 o 15 litros. Para facilitar este apoyo y que no “esbarie” (resbale), observamos que estas “zapicas” de gran tamaño van provistas de otro pico bajo el de verter, que a veces se conforma también sobre un asa en la parte delantera, para manejarla con ambas manos, por idéntica razón.
Las maderas más apreciadas para la factura tanto de “zapicas” de trasiego, como de las más pequeñas utilizadas para beber o medir la sidra, son las de nogal y cerezo, aunque tampoco son raras las de castaño, una vez “escortiegaes”. Se suelen fabricar de piezas nudosas, preferentemente de la raíz del árbol o zonas cercanas. Esto es debido a que así se evitan las roturas o hendeduras provocadas en la madera por las contracciones y dilataciones derivadas de secar y humedecerse continuamente. En caso de no proceder de una zona nudosa, el recipiente, antes de estrenarlo se ha de “cocer” enterrándolo en una “llamarga”, un lodazal, durante algunas semanas.
Se conoce con el nombre genérico de “cascos” a los recipientes para fermentación y para almacenar la sidra, de todos los tamaños, hechos de “duelles”, duelas, apretadas con aros. Estos aros, aunque ahora son de hierro, antaño eran de madera, generalmente de avellano y más rara vez de tejo, sujetos con “blimes”, mimbres, que los cerraban en circunferencia. Los “cascos” mayoritariamente se hacen de “duelles” de castaño, que como hemos dicho se debe “escortiegar” antes de su estreno, aunque también había cascos muy apreciados fabricados de cerezo, y más rara vez de roble, estos últimos de gran duración.
Es costumbre antigua de los lagareros asturianos la de bautizar algunos de sus toneles señalados, con nombre propio. También se constata esta práctica en Cabranes. Veamos, por ejemplo, la descripción de un lagar “de la capital de Llamargales”, que hace en 1924 Jesús García-Robés:
“A derecha e izquierda vemos grandes toneles en cuyas cabeceras se destacan los correspondientes números que anuncian el calibre de aquéllos, y en algunos se ve el nombre de pila, que guarda relación con las aficiones o ideas políticas del lagarero. Así, por ejemplo, leemos: "Flammarión”; “Melquiades Álvarez”; “El Gallo”; “Belmonte” etc.” (García-Robés, 1924, p. 179).
Los “cascos”, según su capacidad, se pueden denominar específicamente: “cuartal” (1/4 depipa), “tercerón” (1/3 de pipa), “barrica” (1/2 pipa), “pipa” (450 l., 600 botellas),“bocoy” (entre 670-750 l.), y tonel (de 2 o más “pipes”).
 
Toneles

Toneles

Antes de los actuales toneles de grandes capacidades, no solían ser mayores de 3 o 4 “pipes”. El primero considerado en su día de gran tamaño que hubo en Cabranes, fue de Melchor Llavona,de Torazu, de 7 “pipes”. También tuvieron de 6 “pipes” Celesto Préstamo de Fresnu, y Miguel Junco, de La Puerte.
Como se puede ver, la unidad básica para la sidra es la pipa, que contiene algo más de 450 l., ya que se deben desechar las heces o “borres” del fondo, y se considera el “cascu” necesario para corchar 600 botellas, o sea, 50 cajas de 12 botellas.
Para que el proceso fermentativo sea correcto, el “cascu” debe estar lleno hasta el límite, lo cual hace que en la primera fermentación, tumultuosa, que se conoce como “ferver”, al provocar cantidad de gases y espuma, ésta salga al exterior de la “zapa”, rodeándola con lo que se conoce como el “sombreru”, que son restos de espuma, impurezas, trozos de “magaña”, etc. A los ruidos y movimientos del líquido que provocan esta cantidad de gases, que se sienten desde fuera del tonel, se les conoce como “trebolgar”.
Como la fermentación va rebajando el volumen de sidra continuamente, para mantener el nivel siempre lleno hasta el borde de la “zapa” se debe añadir periódicamente la “sidre del duernu ”necesaria, operación que se conoce como “recebar”. Para ello se ha de prever esta cantidad extra, que se almacena en garrafones o barricas al efecto, pero dada la gran importancia de esta operación, si se ha calculado mal se puede también “recebar” con “sidreaneyu”, es decir, de la cosecha anterior.
Una vez que acaba de “ferver”, lo cual dura unos 15-30 días, dependiendo de la temperatura del lagar y tamaño del “cascu”, empieza otra fermentación más calmada, la fermentación maloláctica, que se conoce como “cocer”, en la cual cesa la gran actividad, incluso ruido, que se detectaba en el tonel, y apenas decrece su volumen. Se solía mantener la “zapa” tapada con una teja, para evitar la caída de impurezas. Dura unos dos o tres meses.
El lagarero detectaba la conclusión de la fermentación aplicando una cerilla encendida junto a la “zapa”. Si no se apagaba era señal que no salían gases y por lo tanto había finalizado. Se tapaba entonces esta con un tapón de corcho o madera sellado con barro.
Los trasiegos, o trasvases entre toneles, no concitaban demasiada unanimidad. Algunos lagareros preferían no hacerlos, culminando el proceso sin mover la sidra del mismo tonel donde lo inició, y consumiéndola o embotellándola de él, lo que se conoce como “corchar sobre la madre”. Otros, la mayoría, consideraban imprescindible hacerlos para homogeneizar la cosecha, y sobre todo para eliminar en lo posible “les borres”, impurezas decantadas en el fondo, compuestas por detritos no solubles que resultan del proceso clarificador de la fermentación.
Aunque había quien lo hacía más veces, lo normal era, y todavía lo es en los lagares tradicionales, hacer un único “trasiegu” en los menguantes de enero o febrero, con tiempo estable. Es en estas condiciones cuando la presión atmosférica alta permite que “les borres” del fondo se revuelvan lo menos posible, facilitando el trasvase de la sidra con toda su limpidez a otro tonel.
El “trasiegu” se efectuaba con “ferraes”, “zapiques” o calderos de madera, mezclando por lo general la sidra de varios toneles. Para dosificar el llenado de estos recipientes se metía una “caniya”, o grifo de madera, en el “trasegueru”, un agujero que hay en la “compuerte” del tonel, y que, para evitar “les borres” o“fondones”, se encuentra unos centímetros por encima del nivel del fondo.
Cuando la sidra llega a una densidad próxima o inferior a 1000 gr/l es cuando se considera propia para el consumo. Aunque, evidentemente, antaño no eran utilizados los densímetros, y los lagareros se guiaban por su gusto y experiencia, “prebando” (probando, degustando) la sidra a través de la “espicha”.
 
La “espicha” se denomina al agujero practicado en la cabeza del tonel, tapado por una astilla afilada, por el que sale un fino chorro de sidra que llena la jarra o vaso destinada a la “preba” o al consumo. Pero como quiera que éste era el método utilizado por el “llagareru” para “prebar”, acompañado por colegas, entendidos y clientes, el estado de los distintos “palos” o toneles de diferente sidra, se pasó a denominar así todo ritual o convite con sidra en el lagar, y después se convirtió en una forma de vender la sidra. Esta operación se acompañaba con unos tacos de jamón, huevos cocidos, chorizos, etc., para “forrar”, y evitar que la abundante sidra cayera libremente al fondo del estómago con los perniciosos efectos posteriores. No se desdeñaba ocasionalmente algún plato más elaborado; algunas veces, en el lagar de “Zorrilla”, en Castiellu, se preparaban sabrosas “ñerbates” (mirlos) con arroz.
Los lagares más adelantados solían hacer las primeras espichas por San José, a mediados de marzo. Para ello, lo anunciaban poniendo un ramo de laurel en la puerta, bien visible desde el camino público. Solía cobrarse entrada, a razón de “perrona la mexada”, esto es, pagar 10 céntimos cada vez que había que salir al exterior a evacuar líquidos, cosa que, evidentemente, no se permitía dentro del lagar. Por ello, el lagarero debía tener cuidado con los avispados que pretendieran hacerlo en un rincón, tras un tonel, etc.
También existían abundantes “espiches” sin cobro, para los amigos que se reunían en el lagar a conversar, cantar, jugar a las cartas, etc. y, por supuesto, disfrutar de la sidra. Por exagerado que pueda parecernos hoy en día, en algunas de estas “espichas” de amigos no era demasiado raro incluso estar más de un día en el lagar hasta acabar con el tonel que se hubiera “rotu” (empezado). Aunque hemos recogido esta práctica en muchos otros lugares de Asturies, en Cabranes, concretamente en Castiellu, nos cuentan que se dio en múltiples ocasiones. No es que se consumiera especialmente más sidra que en otros lugares, sino que se mantuvo hasta tiempos más cercanos, por lo que nuestros informantes tienen estos recuerdos más frescos en la memoria.
En el pueblo de Castiellu hubo en su día hasta 13 lagares, al parecer más que caserías. Los propietarios, cuando acababan las tareas del campo al atardecer, se iban reuniendo todos en un lagar y, cuando, después de una o varias tardes, acababan ese “cascu”, iban a otro lagar a empezar otro, y así sucesivamente por todos los del pueblo.
Hemos recogido testimonios en otras aldeas del concejo, que decían con cierta picardía que: “En Castiellu non se vín homes peles tardes, namás les muyeres segando la pación. Tolos homes taben nos llagares tomando sidre, y pasaben ellí les tardes y les noches, y non aparaben mas que cuando acababen la pipa. Tolos dís, hoy nun llagar y mañana n’otru, y así…. Ye que en Castiellu había munchos llagares, más que cases. Los de Castiellu tenín esa fama”.
 
Llagar

Llagar

De todos modos, el gusto por la sidra no era, como tampoco lo es ahora, evidentemente, exclusivo de los hombres, aunque por antiguas convenciones sociales las mujeres no acudieran antaño a los lagares con demasiada frecuencia. En Madiéu y otros lugares hemos recogido la costumbre de cuando una mujer enviudaba, los familiares y allegados, bien en su lagar o en el del difunto, mayaban todas las cosechas una pipa o barrica para el consumo de la viuda.
Cuando la sidra estaba en su punto, o bien se procedía a “corchar”, a embotellarla, o se consumía directamente del tonel “a espicha” o “a caniya”, según se vertiera desde alguno de estos dos métodos, hacia los vasos o “xarres”.
 
Botellas

Botellas

El embotellado se efectuaba de forma manual, con un buen lavado previo a base de agua caliente. También se calentaban los corchos en un "tinu" para que "esñidiaren"(resbalaran) bien. Se hacía con rústicas corchadoras de palanca, o con"corchadores de macete", operación en la que ayudaban los "apurridores", alcanzando las botellas y corchos, y colocando después las llenas en las cajas.
Había cajas de diferentes tamaños, fabricadas en ligera madera de álamo del país. Las capacidades podían ser de 10, 12, 20, 24, y hasta había de 100 botellas, dedicadas a la manipulación en los lagares.
"Les xarres" que se dedicaban al consumo, podían ser de madera o de barro, y su denominación más usual era la de "pucheres", "cuartiellos", "caciplos", "tarreñes" y "cazadores". Las de madera, al igual que "les zapiques" eran de cerezo, nogal o castaño. Muchas de ellas habrían de ser fabricadas por los propios campesinos o lagareros, aunque también debía de haber artesanos especializados que venderían su producción en los mercados de toda la comarca. Prueba de ello son dos "zapiques" de idéntica hechura y decoración, con una antigüedad estimada que sobrepasa los 150 años, que hemos localizado en sendos lagares de Gobiendes (Colunga) y Castiellu (Cabranes).
En algunos lagares había un artilugio denominado "arrude", un palo al que no se cortan del todo las ramas, dejando que sobresalgan unos 15-20 cm., y se utilizaba para dejar escurrir boca abajo las xarres y zapiques, una vez lavadas después de su uso.
La "puchera" se debe considerar además como unidad de medida, ya que su capacidad invariablemente ronda sobre los 600 cc., equivalente al cuartillo o "cuartiellu". Es 1/96 de fanega de 64 l., o 1/32 de cántara, y así lo citan entre otros el catastro de Ensenada, Jovellanos y diversas ordenanzas antiguas.
Vemos como, al igual que hoy en día se habla sobre "tomar una botella sidre", antaño se decía igual con la puchera. Tenemos múltiples ejemplos, como la novela Villagrís, que remeda el ambiente rural cabranés, donde se dice: "¡Telesfora: echa otra puchera pa estes moces que están tiritando de frío!" (García-Robés, 1924, p. 181). También María Josefa Canellada escribe: "Ah rapazos, oyí decir ena Vega qu'elchisperu de Santolaya espichó un tonel de sidre que sabe qu'espatarra, y viéndelo a tres perrones la puchera..." (Canellada 1983, p. 92). Nosotros mismos hemos escuchado en múltiples ocasiones que "To güelu Lauriano la Cuesta diba tolos dís nayegua a tomar una puchera sidre a Torazu...".
 
Hemos recogido en Cabranes otra prueba de ancestral arcaísmo en lo concerniente a su cultura sidrera, como es lo que se denominaba “la sidre ferruñáu”. Aunque sabemos de esta olvidada práctica en Castiellu, se conocía también en otros lugares del concejo y del resto de Asturies. Consistía en calentar la sidra, añadiendo por lo general azucar al gusto, mediante la introducción en la puchera de madera o barro, de un hierro al rojo vivo. Se debía cuidar de no mantenerlo dentro demasiado tiempo, para que no rompiera a hervir, desbordando el recipiente.
Nos lo contaban así: “Había quien-y gustaba la sidre ferruñáu. Era sidre caliente con azúcar. Pa calentalo había qu’echalo nuna puchera, y metíase allá un fierru ingrientu. Non se tenía allá munchu, pa que non calentara demasiáu y non embelara”.
Solía consumirse en les “esbilles” del maíz, acompañado de manzanas crudas y asadas, “sidre del duernu”, galletas, vino blanco y anís, que ofrecían los amos de la casa como “garulla”.
Se podía hacer con un hierro caldeado en la misma cocina o “llar” de la casa, pero entre otros muchos vecinos, parece ser que también tenía gran afición, y facilidad para ello por su oficio, Elías el Ferreru, de  Castiellu, que utilizaba los hierros de su fragua. Era persona muy célebre en el pueblo, y notable bebedor de sidra, tanto es así que figura en un cuento de Mª Josefa Canellada, dispuesto a pedir “una güena pipona sidre que non s’acabara nunca…” (Canellada1983, p. 90).
Se trata de un rescoldo de atávicas culturas pastoriles, en las cuales, para los líquidos, era normal el uso de recipientes de madera, de fácil fabricación y resistentes a golpes durante el manejo y transporte, aunque obviamente, vedados para uso al fuego directo. Ya cita Estrabón entre los pueblos prerromanos al N del Duero, el calentamiento de líquidos mediante la introducción de piedras caldeadas al rojo vivo en esos recipientes de madera.
 
Jarra

Jarra

"Les xarres" de barro, de similares nombres, y capacidades variadas, se compraban en los mercados de Villaviciosa y L'Infiestu, especialmente a los alfareros ovetenses de Faro de Llimanes y a los piloñeses de Serpiéu y Coya. En la huerta de La Casa los Indianos, de Torazu, se hallaron restos de un horno cerámico medieval, identificados por el ilustre medievalista Juan Uría Ríu y por el experto Leopoldo Palacio Carús. Aquí también se fabricaban estos recipientes, de los que hay ejemplos conservados en el excelente museo de cerámica de Piñera.
"Les pucheres" de barro, también llamadas "tarreñes", con capacidad similar a las de madera, de unos 600 cc., son de formas globosas, con un asa, y bordes ligeramente exvasados. Algunas no tienen pico vertedero, aunque su función como medida, las destinaba a ser receptor para la "espicha" o la "caniya", dosificando luego los tragos en otras jarras más pequeñas, y más tarde, en los primeros vasos de cristal.
Los ejemplares más pequeños de "xarra", con una capacidad entre 200-300 cc., también con asa, tienen perfiles estilizados, con un "culu" de pequeño diámetro, poca "barriga", y culminadas en cantos claramente exvasados para facilitar el beber.
Dependiendo de su alfar de origen, estaban fabricadas en barros cuya cocción resultaba generalmente en colores oscuros, oscilando entre marrón y negro, aunque tampoco eran raros los tonos rojizos.
 
Colección de jarras

Colección de jarras

 
La aparición de vasos y botellas de vidrio tras el establecimiento de la fábrica de vidrios La Industria en Xixón, en 1843, debió de reflejarse rápidamente en Cabranes. En algún lagar del concejo hemos visto este tipo de las primeras botellas sopladas, y también aparecen en una fotografía de Juan Evangelista Canellada, de finales del s. XIX. Aunque por su tamaño no son de las fabricadas específicamente para sidra, sí se aprovecharon para tal fin en muchos lagares familiares.
Respecto a los antiguos vasos varillados o lisos fabricados por La Industria, también fueron, cómo no, utilizados en Cabranes. Queda su recuerdo principalmente porque al ir haciéndose gradualmente más finos, los antiguos pasaron a utilizarse para conservar el sabrosísimo dulce casero de manzana, cubiertos por finos papeles de seda.
Al comenzar a fabricarse las botellas de sidra mediante molde, y por tanto en más cantidad, llegaron también a Cabranes, pero sobre todo a los lagares industriales o de gente pudiente. En principio los pequeños lagares familiares seguían consumiendo “a espicha” o “a caniya”, directamente de los toneles. Si querían embotellar algo, por lo general se hacía en botellas reaprovechadas de toda índole, de coñac, vino, agua, etc., aunque no fueran las más convenientes.
 
Álvarez de la Villa

Álvarez de la Villa

Por elcontrario, tenemos el ejemplo del lagar de Joaquín Álvarez de la Villa, en Torazu, comosabemos prohombre señalado del concejo que fuera juez y alcalde a finalesdel s. XIX y principios del XX. Al modo de otras personas pudientes, sobre todoindianos exitosos del oriente y centro de Asturies, quería personalizar susbotellas añadiendo un plus de exclusividad a su producción. Para ello,alrededor del cambio de centuria, encargó ex profeso a la fábrica que susbotellas ostentaran en el fondo esta leyenda con sus iniciales y origen: "J. A.V. TORAZO", en lugar del habitual "GIJÓN". Esto, que parece una nimiedad,encarecía notablemente el encargo, merced a tener que hacer un fondo de molde grabado especialmente.
Como culminaciónpara afianzar la categoría del lagar, quizás hacia 1910-20, se encargaron lasque se presumen como las primeras etiquetas de sidra natural de Asturies. Enellas, junto al escudo del concejo, rezaba esta inscripción sobre fondoblanco: "Sidra Natural Álvarez de la Villa Hnos. Cosecheros. Torazo. Cabranes(Asturias)".
 
Romería

Romería

No debemos olvidar otras formas de consumo aparte de la de los propios lagares. En la época veraniega, abundante en romerías, los lagareros o los comerciantes también acudían a vender su sidra "a caniya" y "a espicha", con sus carros de bueyes cargados con una "pipa", un "bocói" o un "carral", nombre este último que se daba a los "cascos" destinados específicamente a esa forma de transporte.
Últimamente, el lugar de consumo más habitual solía ser el chigre-tienda, tan frecuente hasta hace poco en Cabranes. Era el verdadero centro social de los pueblos, donde concurrían hombres y mujeres, donde se realizaban compras, donde se instalaban los primeros teléfonos, donde se echaban las partidas de cartas, se charlaba... y se consumía preferentemente sidra. No solía faltar en sus cercanías la bolera, cuyas partidas se dilataban agradablemente acompañadas de nuestra bebida.
 
Llagar

Llagar

Para darnos una idea, veamos cómo Pérez Junco, en 1990, cita en la parroquia de Santolaya 11 chigres-tienda, con 7 boleras; en la de Torazu 9, con otras tantas boleras; en Fresnéu 14, con 11 boleras; en Viñón 7, con 9 boleras; en Pandenes 4, con 3 boleras; y en Graméu 3, con las mismas boleras.
No se conserva censo municipal de los lagares del concejo, que sin duda existió, ya que estaban obligados a declarar su producción todos, incluso los no industriales. Esto era debido a que se les exigía el pago de los arbitrios municipales, más conocidos como fielatos. El “fielatu” central de Cabranes se ubicaba en La Obra, en la casa, aún existente, propiedad del escritor Jesús Arango Álvarez, “Lin de Lon”.
En 1933, el arbitrio por hectolitro de sidra fabricado en Cabranes era de 1,87 pesetas por consumo, sumadas a otras 1,11 pesetas por fabricación, mientras que la importada de otros concejos pagaba 5 pesetas por derechos de inspección y administración (Pérez Junco, 1990, p. 370).
El “fielateru”concejil visitaba cada lagar al objeto de “forar” los cascos, esto es, medir su capacidad, la cual quedaba anotada en el registro, junto con el número que se asignaba a cada tonel. Este número figuraba en una placa metálica clavada en la “cabeza” de cada uno de ellos para tenerlos identificados. La cifra con la capacidad, también se solía anotar en la “cabeza”, con tiza o pintura, para información del lagarero.
No obstante el control efectuado, la picaresca también estaba presente en estas operaciones. Pese a las visitas anuales de los fielateros, en muchos lagares se escondían algunos “cascos” llenos de sidra, debajo de trastos, de montones de tablas, en el canigú, etc., para escapar a su vista. También se efectuaba otra artimaña, ya que el empleado municipal utilizaba una cala introducida verticalmente por la zapa para el cálculo de la capacidad. El truco consistía en colocar en el fondo del tonel un taco de madera, antes de llenarlo, cuyo grosor hacía que la cala no llegara hasta abajo, aminorando así la medida.
De todas formas, al parecer, también había fielateros que convenientemente convidados a probarla sidra del lagar, incluso llevando alguna caja, no ponían demasiado empeño en la exactitud de las mediciones.
El listado más completo de que disponemos es el publicado en 1990 por el estudioso del concejo, natural de La Puerte, Emiliano Pérez Junco. Se debe a un trabajo de campo efectuado en los años previos, que abarcaba diversos ámbitos de la cultura tradicional, historia, etc., por lo que no nos ofrece datos demasiado explícitos de cada lagar. No obstante, dada la meticulosidad del autor, parece bastante fiable en cuanto a número y propietarios. Aun así, debido a las especiales características del trabajo de campo en este ámbito, no descartamos en absoluto que se haya quedado algo corto. El encontrarse los lagares normalmente cerrados, en edificios recónditos, algunos fuera de uso oen casas abandonadas, hace que siempre se escape alguno al control del estudioso.
 
Este era el estado de los lagares cabraneses en 1990, según Pérez Junco, aunque en nuestro propio trabajo de campo, realizado desde hace algunos años, hemos constatado cómo sólo queda un pequeño porcentaje de ellos (las siglas h.h. ó h.m. reflejan el nº de husillos de madera o de hierro, según el caso):

Parroquia de Santolaya, 59 lagares:
-Santolaya: 6 de husillo de madera y 7 de husillo de hierro, total 13. Todos desaparecidos.
 Juan Arango
 Santos González
 Nemesio Merediz
 José Monestina
 Bernardo Naredo
 Casimiro Tuero
 Cándido González
 José Vitienes
 Manuel Corripio
 José Madrera
 Santos Monestina
 Evangelista Oñate
 Rufina Reborio

-Sendín: 1 de pesa.
 Valeriano Monestina, existente
-Güerdies: 1 de pesa.
 Desmontado
-La Llantada: 1 de husillo de hierro.
 Aurelio Rodríguez, existente
-Arriondu: 3 de husillo de madera y 1 de husillo de hierro, total 4.
 José Cuadra, 2 h.m., desaparecido
 Casilda Piñera, 1 h.m., desparecido
 José Cuesta, 2 h.m., desparecido
 Laureano Riera, 1h.h., desparecido

-El Pandu: 4 de husillos de madera.
Modesto Corripio, 2 h.m., desaparecido
Segundo Canellada, 2 h.m., desaparecido
Segundo Maujo, 1 h.m., existente
José Blanco, 1 h.m., existente

-La Llana: 1 de husillo de hierro.
Desparecido
-Les Vegues: 1 de tixera.
 Armado, con el husillo roto
-Bospolín: 1 de husillo de madera.
Ernesto Muñiz, 1 h.m., armado y en uso
-Villanueva: 1 de husillo de hierro.
José Oñate, 1 h.h., desaparecido
-La Llavona: 1 de husillo de madera y 1 de husillo de hierro, total 2.
Manuel Rodríguez, 2 h.m., desaparecido
Evaristo Lavandero, 1 h.h., armado y en uso

-El Cantu: 1 de husillo de madera.
Jaime Fernández, 1 h.m., trasladado para Madiéú
-Carabañu: 4 de husillos de madera.
Lino Suárez, 1 h.m., desaparecido
José Monestina, 1 h.m., desparecido
Eugenio Huerta, 1 h.m., desaparecido
José Corrales, 1 h.m., existente

-La Quintana: 1.
Eugenio Fernández, desaparecido
-La Obra: 1 de husillo de hierrro.
1 h.h., vendido
-Oles: 1.
Evangelista Corrales, existente
-Güerdies: 4 de husillos de madera.
Rafael Fernández, h.m., cambiado por husillo de hierro, luego hizo otro nuevo
Valentín Fernández, h.m., cambiado por husillo de hierro, desaparecido
José Rodríguez, h.m., desaparecido
Argentina Corripio, h.m., armado, sin utilizar

-El Colláu: 2 de husillos de madera.
Celso Aguiloche, 1 h.m., cambiado por 1 h.h., luego desapareció hasta el edificio
Alberto Rodríguez, 2 h.m., cambiados por 1 h.h., armado, no funciona

-Fabariegues: 2 de husillos de madera.
Luis Rodríguez, h.m., cambiado por 1 h.h., mayando
Manuel Fernández, h.m., mayando

-Ñaréu: 2.
Existente
Existente

-Madiéu: 4 de husillo de hierro y 3 de husillos de madera; de ellos: 1 vendido, 2 armados pero recortados, 4 desarmados, total 7.
Enrique Fernández, vendido en La Roza
Covadonga Palacios, 2 h.m., existente
Vicente Prida, existente
Luis Joglar, existente
Ramón Fernández, existente
Bernardo Fernández García, 2 h.m., existente
Ernesto Fabián, existente

-Mases: 3 de husillos de madera y 1 de husillo de hierro, total 4.
Manuel Constante Álvarez Silva, h.m., sustituido por 1 h.h., desmontado
Filomena García Hería, 1 h.h.
Faustino Corripio, h.m., existente
Lorenzo Soto, h.m., desapareció incluso el edificio

Parroquia de Torazu, 45 lagares:
-Torazu: 15.
Carlos Préstamo Meana
Isidoro Prieto
Jesús Préstamo
José Valdés
Ramón Sánchez
Florentino Alonso
 
Bautista Piñán
Salvador Sanfeliz
Melchor Llavona
Presentación Sánchez
Joaquín Álvarez de la Villa
Fernando Quirós
Ramón Piñán
Eduardo y Ramón Fernández Préstamo
José Luis Álvarez Barriada

-Grandeñu: 2 de husillo de madera.
Ramón Venta, h.m., desaparecido, cambiado por uno moderno más pequeño
Miguel Alonso, h.m., desaparecido

-La Llantada: 1.
 Fuera de uso
-Castiellu: 11 con husillos de madera, 2 con husillo de hierro; de ellos 3 funcionan y otros 3 armados fuera de uso, 7 desaparecidos, total 13.
Tomás Cabranes, h.m.
José María Sanfeliz, 1 h.m., accionamiento por volante y cuerda, copiado de Castilla
Eduardo Gutiérrez, h.m.
Jesús Rodríguez, h.m.
Jaime Hería, h.m.
Florentino Rodríguez, h.m.
Rosendo Préstamo, 1 h.h.
Alicia Corripio, h.m.
Nicanor Corripio, h.m.
José María Préstamo, h.m.
Ángel Sanfeliz, 1 h.h.
Eusebio Sanfeliz, h.m.
Sebastián Cabranes, h.m.

-Cervera: 4 de husillos de madera.
José Corripio, h.m., desaparecido
José Manuel Cuesta, h.m., desaparecido
Bernardo García, h.m., desaparecido
José Manuel Préstamo, h.m., mayando

-La Coterúa: 1 de husillo de hierro.
Benigno Corrales Cabranes, 1 h.h., desaparecido
-Peñella: 1 de husillo de madera y 1 de husillo de hierro, total 2.
Sebastián Huerta, 1 h.m., cambiado por 1 h.h., existente
Manuel Solís, 2 husillos artesanales -tornos- de hierro, mayando

-La Rebollada: 1 de husillo de hierro.
José Prida, 1 h.h., 2 “pipes/llagarada”, mayando
-Parandi: 1 de husillo de madera.
Francisco Fernández, 1 h.m., desaparecido, toneles vendidos a Alfredo Naredo, Torazu.
-Incós: 1 de husillo de hierro.
Bernardo Rodríguez, 1 h.h., mayando
-El Sierru: 1 de husillo de hierro.
José María Rodríguez, 1 h.h., grande, fuera de uso
-La Cotariella: 1 de husillos de madera y 2 de husillos de hierro, total 3.
Arturo Cuesta, 2 h.m., vendió los husillos, estructura mal conservada
Primitivo Sánchez, 1 h.h., grande, vendía a espicha y a las tabernas
José González Naredo, 1 h.h., 1 pipa/llagarada, moderno de hechura tradicional


Parroquia de Fresnéu, 36 lagares:
-Fresnéu: 2 de husillos de hierro.
Pedro del Riego, 1 h.h., vendidos husillo y cascos, resto armado
Alfredo Vallina, 1 h.h., antes fue de José González, ¿desaparecido?

-La Sienra: 1 de h.m., y otro, total 2.
Cecilio Llavona, luego de su hijo Ramón, 1 h.m., cambiado por 1 h.h., existente
Francisco García, recortado, existente

-Viyella: 1.
Herederos de Manuel Junco Corripio, existente, se llevó a El Biescu y se volvió a traer
-La Cruz: 1 de husillo de hierro.
Urbano Naredo, 1 h.h., bien conservado
-Camás: 5 de husillos de madera y 3 de husillos de hierro, total 8.
Santiago Casquero, 2 h.m., el más antiguo
José Puente
José Piñera, 2 h.m.
Miguel Blanco
Francisco González
Demetrio del Tejo
Emilio Arenas
Miguel Blanco, lo hizo en La Peruyal con los materiales de otro anterior de El Riegu

-Candones: 3 de husillos de madera.
Benjamín González, 1 h.m.
Agustín García, 1 h.m., el más grande del pueblo, desaparecido
Graciano Préstamo, 1 h.m.
 
-Fresnu: 1 de husillo de madera.
Celesto Préstamo, luego de sus herederos, 1 h.m., cambiado por 1 h.h. de carraca, mayando
-Iría: 1.
Mariano Préstamo, armado, fuera de uso
-La Encruciyada: 2.
Carlos Valdés
Esteban Prieto, luego de su hijo Gonzalo Prieto, el mayor productor industrial del concejo

-Naveda: 3 de husillo de madera y 1 de husillo de hierro, total 4.
Ignacio Fernández, 1 h.h.
José Fernández González, h.m.
Felipe Campa, h.m., vendido
Leandra Préstamo Riego, h.m.

-El Biescu: 2.
Manuel Junco Corripio, procedía de Viyella, a donde se volvió a trasladar
Aurelio Blanco Prida, comprado en Santolaya a José Madrera, mayando

-Piñera: 7.
José Prieto, desaparecido
Francisco Riego, no funciona o desaparecido
Aurelio Piñera, no funciona o desaparecido
Antón Riego, no funciona o desaparecido
José María Piñán, no funciona o desaparecido
Carlos Cabranes, existente
Esteban Riego, no funciona o desaparecido

-L’Oteru, 3.
Manuel Valdés, desaparecido
Constantino Álvarez, desaparecido
Sr. Riera o Canellada, desaparecido

Parroquia de Viñón, 31 lagares:

-Viñón, 1 “de tixera”.
“Llagar de tixera”, reformado con 1 h.h., armado pero sin uso hace años
-Vegapallía: 2 de husillo de hierro.
Santos Pérez, 1 h.h., vendido por sus herederos
Isidro González, 1 h.h., después fue de su yerno José Montes Montes, segundo en importancia del concejo, produciendo unas 100 pipas/año, vendido por sus herederos

-Arboleya: 4.
Modesto Fernández, desaparecido
Miguel García Pedregal, desaparecido
José Prida, mayando
Manuel Espina, desaparecido

-El Casar: 1.
José Cobiella, desarmado
-La Puerte: 6 de husillo de hierro.
Laureano Fueyo, 1 h.h., desaparecido
Miguel Junco, 1 h.h., construido en 1918, armado, fuera de uso hace tiempo
Carlos Pérez, 1 h.h., desaparecido
José Lagar, 1 h.h., desaparecido
Indalecio Corripio, 1 h.h., armado, fuera de uso hace tiempo
Bernardo Corripio, 1 h.h., desaparecido

-Veneros: 1 de 1 de husillo de madera
 1 h.m., cambiado por otro comprado en La Roza a los herederos de José Menéndez
-Ñao: 3 “de tixera”, 8 de husillo de hierro, total 11, queda sólo 1, sin uso hace tiempo.
Braulio García Canteli
Bernardo Pérez
Engracia Fuente
Julián Corripio
Gabriel González Blanco
Juan Pérez Corripio
Josefa Pinilla
Manuel Corripio Pérez
Julián Prida Robledo
Antonio Prida Robledo
Francisco Pérez Pérez

-L’Escobal: 1 de husillo de madera.
 1 h.m., cambiado por 1 h.h., mayando
-La Roza: 2.
 1 h.h., existente
José Menéndez, vendido en Veneros

-Valbuena: 2.
Bernardo Cayado, desaparecido
Modesto Madiedo Tuero, cuando había espicha funcionaba la bolera adyacente


Parroquia de Pandenes, 12 lagares:
-Pandenes: 3 de husillo de madera.
 1 h.m., en el pueblo de abajo, muy antiguo, desaparecido
 1 h.m., en el pueblo, muy antiguo, desaparecido
 1 h.m., en el pueblo, muy antiguo, desaparecido

-El Cuetu: 1.
Dionisio, fuera de uso
-Los Villares: 3 de husillo de madera.
Héctor Arboleya Alonso, 1 h.m., cambiado por 2 h.h., mayando
José Parajón, 1 h.m., desaparecido
José Llera, 1 h.m., vendido en Les Mariñes de Villaviciosa

-Otros 5 lagares desaparecidos, sin especificar.
 
Parroquia de Graméu, 6 lagares:

-Graméu: 2 de husillo de madera.
Anselmo Villar, 1 h.m., cambiado por 1 h.h., mayando
Bernardo Huerta, 1 h.m., vendido a Juan Arango, de Santolaya, de los más antiguos

-Cerezaléu: 1 de husillo de madera.
Clemente González Naredo, 1 h.m., cambiado a 1 h.h., mayando
-La Morguera: 1 de 1 husillo de hierro.
Luis Fernández, 1 h.h., de 1 “pipa/llagarada”, reciente, tipología tradicional
-Otros 2 llagares desaparecidos, sin especificar.

Total: 189 lagares, con datos de su estado en 1990.

A continuación, vamos a hacer algunos comentarios sobre los más señalados.
Esteban Prieto compró hacia 1941 el ya antiguo “chigre” y “llagar” regentado por “El Che de Piñera”. Estaba situado un poco más arriba del comienzo de la carretera a Iría, en La Encruciyada. Al principio se realizaban “les mayaes” a mano, en el viejo lagar, a veces con ayuda de allegados y otras con mayadores contratados “a xornal”. Con el tiempo, fue ampliando y modernizando su maquinaria e instalaciones, edificando además una nave donde antaño se ubicaba la bolera, al borde de la carretera, frente al chigre de Salas.
Con las ampliaciones, llegó a “mayar” sobre 500 “pipes” al año, en toneles de madera de hasta 32 pipes. Últimamente tenía además varios depósitos de fibra. Fue, en términos absolutos, el mayor lagar del concejo de Cabranes. También dispuso de las instalaciones más modernas, como correspondía a un lagar industrial de su época. Marcaba sus corchos como “Sidra La Encrucijada”, y vendía en diversas localidades asturianas.
Parece ser que debió su éxito a la calidad de su sidra, que combinada con la sabrosa cocina del chigre, multiplicó rápidamente su clientela. Tenían fama sus chorizos a la sidra, demandados por clientes que venían a degustarlos desde múltiples lugares de Asturies, incluso por veraneantes madrileños, indianos, etc., de tal manera que los coches aparcados en la carretera de Villaviciosa-L’Infiestu, llegaban en ocasiones hasta el desvío de Piñera. Con las reformas, el chigre desapareció, quedando dedicado exclusivamente el negocio a lagar.
Se cuenta que Esteban era muy cuidadoso en la elaboración, y que incluso en su lecho de muerte decía que había de tenerse cuidado con la limpieza y los trasiegos, base principal de una buena sidra. También con la selección de la manzana, que iba a buscar hasta Colombres (Ribedeva), ya que le gustaba la de zonas soleadas y cálidas, para mezclar con la de las mejores pumaradas de Cabranes, que apalabraba de antemano con los propietarios, a fin de que se la reservaran para él.
Con su fallecimiento, quedó al frente su hijo Gonzalo, que años después, hacia 1990, lo vendió a Sidra Coru. Al parecer “mayaron” en él algo para su firma, pero cesó su actividad al poco tiempo. Actualmente sólo queda el edificio vacío.
El lagar de José Montes, en Vegapallía, “mayaba” alrededor de 100 “pipes” cada temporada. Tenía cuatro toneles de 20 “pipes”. Vendía bastante debido a su estratégica ubicación, en la carretera Villaviciosa-L’Infiestu, muy cercana a la mina de Viñón, cuyos trabajadores al parecer se contaban mayoritariamente entre sus clientes. Ya inactivo, el nuevo trazado de la carretera en este siglo ha propiciado el derribo de los edificios para su reubicación.
En Arboleya, Miguel García Pedregal fabricaba unas 70 pipas al año, en toneles de 8 a 10 pipes de capacidad.
 
Casa Melchor

Casa Melchor

El lagar de Melchor Llavona, en Torazu, vendía buena parte de su producción en el cercano chigre-tienda de su propietario, Casa Melchor, aunque hacia los años 50 del s. XX ya venían lagareros del País Vasco, para comprarle sidra, que llevaban en camiones cuba. “Mayó” hasta los años 70 del s. XX. Marcaba sus corchos como “Sidra Melchor. Torazo”.
En muchos lagares era costumbre vender el excedente de producción, lo que no se consumiera en la casa o no se vendiera en el negocio, constituyendo otra fuente de ingresos complementaria. Por lo general estos excedentes se vendían a “les fábriques”, es decir, a las industrias dedicadas a fabricación de sidra achampanada. En Cabranes, lo normal era vender “pa La Espuncia”, nombre con el que se conocía la fábrica de El Gaitero, Valle, Ballina y Fernández, debido a su ubicación en este lugar. Todavía se recuerda en el concejo cómo muchos lagares vendían alguna pipa sobrante, que se venía a recoger en carros con “bocoys”, por la ruta de Amandi, Valbúcar, Vegapallía, etc.
Aunque no sabemos en que medida, la familia Fernández Ballina, originaria de Cazanes (Villaviciosa) y fundadores de la sociedad Valle, Ballina y Fernández, parece que tuvieron alguna vinculación con Cabranes, ya que Rodrigo Fernández era propietario a principios del s. XIX del “lagar de Balbuena” y un hórreo (Crabiffosse, 2000, p. 19). Creemos que son los que aún se pueden encontrar en la actualidad en ese pueblo de la parroquia de Viñón.
Otro lagar importante fue El Llagar de Sendín, en Santolaya, y datado en 1860, con prensa de pesa. Fue muy concurrido, pese a estar en un caserío a las afueras de la capital del concejo, algo más a desmano que el resto de los que se encontraban dentro del núcleo de la población. De ello da fe esta copla que recogimos allí:

Llevántate Xulia
y enciendi’l candil
que ya vien Lalo borrachu
del llagar de Sendín

Aquí tenía también su asiento Tomás Rodríguez, “Tomás de Sendín”, carpintero especializado en la fabricación de hórreos, lagares y toneles. No descartamos que este lagar fuera obra de alguno de sus ancestros, ya que en esta profesión se solía seguir la tradición heredada de los antepasados, merced a la transmisión generacional de unos conocimientos altamente especializados.
En Güerdies, Santolaya, había también un carpintero dedicado a fabricar lagares, que era Rafael Fernández Fernández.
Como señalamos anteriormente, Joaquín Álvarez de la Villa y Riaño (1863-19219) tenía en su casa de Torazo, conocida como Casa los Indianos, un importante “llagar de viga”, con sus correspondientes toneles, etc., en construcción adosada a la casa, con entrada desde la pumarada. Aunque también se “mayaba” a mano, el lagar dispuso de trituradora, corchadora de palanca, y botellas personalizadas, encargadas hacia 1900 a la fábrica con la inscripción “J. A. V. TORAZO”. Más tarde, hacia 1910-20, junto con sus hermanos Luis, Enrique, y Eustaquio, encargó etiquetas con la inscripción: “Sidra Natural Álvarez de la Villa Hnos. Cosecheros. Torazo. Cabranes (Asturias)”, que posiblemente son las primeras para sidra natural en Asturies.
 
Aunque el destino principal era para consumo propio, al parecer a principios del s. XX vendían parte de su producción incluso en Villaviciosa, a donde transportaban las botellas en un carro forradas con hojas de maíz (Busto, 2008, p. 30).
Hace años, con el fin de volver a ponerlo en funcionamiento, se reformó la prensa, cortándole la viga y acoplándole dos husillos de hierro, para convertirlo en un modelo “d’apertón”, aunque eso sí, de gran tamaño. Parece ser que no trabajó mucho tiempo, y después se despojó de maquinaria y de la mayor parte de botellería. Actualmente sigue inactivo, queda en su interior sólo la prensa y varios toneles, aunque bien conservados, al igual que el edificio.
El lagar de José María Sanfeliz, antes de “Luso”, en Castiellu, parece ser que se trataba de un modelo “d’apertón”, con un “fusu” de madera, cuyo accionamiento se efectuaba a través de un volante de madera solidario y concéntrico a este. Este volante llevaba arrollada sobre él una cuerda de la cual se tiraba para obtener el giro del “fusu”.
Este lagar desapareció hacia mediados del s. XX, pero aún queda gente en Castiellu que lo recuerda en funcionamiento, y que nos facilitaron con bastante detalle la descripción anterior. Según nos dicen, “[...] esa clase de llagares non los había per equí, esti non sé si lu copiarín de Castiella o per ahí…”.
No les falta razón en cuanto a que no es un modelo usual en el país. Lo que no sabemos es de dónde puede haber sido importada la idea en este caso concreto. Sí es bien cierto que se trata de un modelo de gran antigüedad que ya se detalla perfectamente en la Enciclopedia francesa de Diderot y D’Alembert del s. XVIII, figurando incluso un grabado que corresponde idénticamente a la descripción del de Castiellu.
También en Castiellu, vamos a cerrar este artículo con la reseña del lagar de Jaime Ería, en el barrio de La Prida. Queremos hacer de este precioso lagar el colofón, porque nos refleja fielmente la antigüedad de la cultura tradicional sidrera en Cabranes, que citábamos al inicio de este trabajo.
Es un pequeño lagar “mataterreru”, con el tradicional piso terreno, y edificado con gruesos muros de piedra, medianeros con las casas que lo flanquean.
En su interior, como corresponde a otros muchos lagares familiares, además de algunos “cascos” de pequeño tamaño, encontramos un ordenado botellero, “duernu”, “zapiques”, y todos los aperos propios del lugar. Todo impecablemente limpio, todo meticulosamente colocado, no obstante su venerable arcaísmo.
La prensa, un ejemplar de “llagar d’apertón” de dos “fusos” de madera, con una capacidad de 5 pipes en cada “llagarada”, pertenece al modelo y tamaño que era el generalizado en este pueblo. Heredada de, al menos sus bisabuelos, se le calcula una antigüedad mínima de unos 200 años.
¿Qué tiene entonces de excepcional este lagar, similar a muchos otros que podemos encontrar a lo largo de Asturies?. Sencillamente, que sigue mayando. Un lagar al que se le siguen dando los cuidados y el mantenimiento necesarios, porque se sigue utilizando regularmente desde hace varios siglos. Con los mimos y la sabiduría de Jaime, y sus propias y antiquísimas clases de manzanas, sigue “mayando” igual, repetimos, igual que en la Edad Media, en pleno siglo XXI, con la misma eficacia, la misma forma de trabajar y los mismos buenos resultados.
 
Entrar en el lagar de Jaime, en el corazón de nuestra Comarca de la Sidra, es como entrar en un lagar en funcionamiento, del s. XII, del XIV, o del XVIII, y debemos recordar que sin él y otros como él que, conservando arcanos conocimientos, perfeccionaron esta tecnología durante centurias, no habría sido posible alcanzar la calidad de la sidra fabricada actualmente en los modernos lagares asturianos. Éste es el gran logro de Cabranes y los cabraneses en cuanto a la sidra. Servir de museo vivo, de ágora de nuestra cultura tradicional sidrera. Que nos muestra su procedencia y su pervivencia. Que nos muestra el hondo arraigo con el que cuenta, y cómo a través de los siglos ha llegado hasta lo que es hoy: una de las más notables de nuestras señas de identidad. (I. H. Ll.).

Bibliografía
Aledo, Marqués de, 1948: Colección de Asturias reunida por Don Gaspar Melchor de Jovellanos. Tomo II. Madrid; Álvarez Requejo, Sergio; Díaz Campillo, Esteban y Palacios Valderrama, Miguel Mª, 1982: La manzana y la sidra en Asturias. Ed. Estación Pomológica, Villaviciosa; Arias Díaz, Ignacio, 2009: “La Mampostería y el cultivo de la manzana”, en Revista La Sidra nº 70, ochobre 2009, p. 31, Ed. Ensame Sidreru, Xixón; Busto, Manuel, 2008: “Sidra Álvarez de la Villa, Torazu, o quizás la primera etiqueta de sidra natural”, en Revista La Sidra nº 60, Avientu 2008, pp. 30-31, Ed. Ensame Sidreru, Xixón; Canellada Llavona, Mª Josefa, 1944: El bable de Cabranes. Ed. CSIC, Madrid; Canellada Llavona, Mª Josefa, 1983: Folklore de Asturias. Ayalga Ediciones, Salinas; Caveda Solares, Francisco de Paula, 1988 (1805): Descripción geográfica e histórica de Villaviciosa. Ed. Auseva, Xixón; Crabiffosse Cuesta, Francisco, 2000: Valle, Ballina y Fernández, S. A. Historia de una empresa. Ed. Fundación José Cardín Fernández, Villaviciosa; García-Robés Menéndez de Luarca, Jesús, 1924: Villagrís. Ed. Imprenta de Mario Anguiano, Madrid; Ensenada, Marqués de la, 1753: Respuestas al interrogatorio para el establecimiento de la Única Contribución. http//pares.mcu.es/catastro/; Hevia Llavona, Inaciu, 2005: “Llagares tradicionales de sidre en Maliayo”, en Asturies, memoria encesa d’un país, nº 19, ochobre 2005, pp. 50-69. Ed. Fundación Belenos, Uviéu; Hevia Llavona, Inaciu, 2006: Sidra y llagares tradicionales asturianos. Ed. CH, Viella (Siero); Martínez Vega, Andrés, 1997: Santa María de Villamayor y San Martín de Soto. Los monasterios medievales del valle del Piloña. Ed. Excmo. Ayuntamiento de Piloña, L’Infiestu; Pérez Junco, Emiliano, 1990: Cabranes. Notas sobre historia, vida y arte del concejo. Ed. del autor, Xixón; Portal Hevia, Lluis, 2005: Secretos de Pandenes. Ed. Trabe, Uviéu; VV. AA., 1991: Sidra y manzana de Asturias. Ed. Prensa Asturiana, Uviéu; VV. AA., 2004: Cultures nº 13. La sidra y el vinu n’Asturies. Ed. Academia de la Llingua Asturiana, Uviéu; Zamora Vicente, Alonso, 1997 (1957): Palabras y cosas de Libardón. Ed. Academia de la Llingua Asturiana, Uviéu.
 
 

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