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González Naredo, Cesáreo

 
Masón. A este cabranés se le abre expediente por los servicios de la Represión de la Masonería y el Comunismo por haber enviado, desde La Habana, una tarjeta de felicitación, en 1937, a la Gran Logia Regional del Noroeste. A la sazón residía en la capital cubana, y en la tarjeta figuraba como director de la revista Mundo Masónico, que comenzó a editar en 1932 y alcanzó el número 251 (1962). Esta publicación se conserva, íntegra, en los fondos de la Biblioteca Nacional “José Martí”, de La Habana. González Naredo es autor, asimismo, del folleto El templo del amor o cien años después (1945). Existe escasa información sobre su vida, excepto que nació en Cabranes el 21 de septiembre de 1891, que fue una relevante figura en el país caribeño y que el 28 de novimbre de 1962 pasó al Oriente Eterno en La Habana, donde está enterrado. Hay constancia, asimismo, de que fue dueño de una imprenta, situada en el número 60 de la habanera calle Empedrado. Activo periodista y ensayista, tuvo a su cargo la sección masónica de los diarios Pueblo (1937-1944), Hoy(1938-1940) y El Mundo (1940-1941). Dirigió la Revista Industrial Cuba y colaboró en otras publicaciones, como El Fígaro, Asturias y La Voz Montañesa. Es autor de la introducción de la obra La verdad sobre la Guerra Civil española (1937), de Manuel Azaña, así como del prólogo de La ignorancia (1959), de Salvador Menendez Villoch (V. G.).

 
La moral masónica, por Cesáreo González Naredo

Hay una moral masónica, como hay una moral cristiana, una moral judía, una moral mahometana, una moral espiritista y otras muchas morales de carácter religioso. Todas ellas tienen puntos de contacto que son básicos, coincidentes a un mismo fin, que tienden al perfeccionamiento espiritual del hombre, diferenciándose exclusivamente, a medida que se van confundiendo con las costumbres, y algunas tratan de divinizarse de acuerdo con sus credos en lugar de darnos o enseñarnos un camino raí, honesto y humano que encauce nuestras vidas como lo hace ciertamente la masonería. Generalmente se pierden desde los primeros pasos en el laberinto de las creencias que cada, religión impone a sus creyentes y, como todos no creemos en lo mismo, se hace ambigua, cuando la moral debe ser una, real y positiva para toda la humanidad. Entiéndase bien que una cosa es moral como medio de vivir honestamente, aplicable a todos los pueblos, y otra las costumbres que puede y debe tener cada pueblo. En esto se diferencia la moral masónica de todas las morales conocidas. Aparte de creer en un Ser Supremo, como base de unidad universal, todas nuestras prédicas en este sentido van directas al individuo, tratando de modificar en unos casos y fortalecer en otros sus sentimientos humanistas y sus deberes para con la familia, para con el prójimo y para uno mismo. Por eso vamos a ver seguidamente cómo están contenidos estos preceptos en nuestro código de moral masónica, cuya observancia es obligatoria para todo masón y debe ser norte y guía de su conducta ciudadana, honrando así a la institución a la que pertenece, para su felicidad y para su bien.
Vamos, sin más digresiones, a glosar nuestro código masónico, y él nos dirá con gran sabiduría, difícil de mejorar, cuál debe ser nuestra línea de conducta en todos los caminos de la vida.
“Ama al Gran Arquitecto del Universo”: es la base de nuestra moral como primer artículo de nuestra código. La creencia en un Ser Supremo es imprescindible para mantener la unidad espiritual, que habrá de conducirnos al estudio y comprensión de otros deberes importantísimos que la práctica de la masonería habrá de enseñarnos y exigirnos.
Se ha dicho y se ha repetido que si Dios o G. A. D. U. no existiera, habría que crearlo. Esto es, unir a los hombres en una idea que no daña a nadie y los acerca en la unidad. Por medio de ella podemos trabajar en paz y concordia los que practicamos distintas religiones y comulgamos con distintos credos políticos. No nos fuerzan a definirlo, y mucho menos a divinizarlo para no perturbar nuestras mentes; que cada uno lo interprete a su manera, siempre que lo respete y ame como fuerza superior que nos rige.
“Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Es la segunda cláusula de nuestro código y, cada vez que digo código, me refiero al código moral masónico, no al otro código que todos conocemos. Fíjense ustedes en que el legislador moral puso seguidamente “ama a tu prójimo como a tí mismo”, como queriendo decir que después del G. A. D. U. están nuestros semejantes en primer término. Es decir, que hay que amarlos, protegerlos y sacrificarse por ellos, antes que hacerlo por uno mismo. Son ellos el complemento de nuestras propias vidas. Nos precedieron y nos sucederán después que hayamos pasado al 0riente Eterno por lo que estamos obligados aprotegerlos en todas las contingencias de la vida, hasta donde nuestras fuerzas alcancen. Forma este capítulo, indiscutiblemente, otra base importante de nuestra moral masónica si sabemos practicarlo en toda su intensidad, dándonos una gran tranquilidad de alma.
“Haz el bien y deja hablar a los hombres”. Hacer el bien. ¡Qué bien suenan, estas palabras! ¡Cómo nos llenan el alma de regocijo cuando las escuchamos de labios ajenos calificando nuestros actos o cuando podemos apreciarla nosotros mismos al calificar los de los demás! ¡Hacer el bien por el bien mismo, sublime concreción de nuestra doctrina masónica! Llevadla grabada siempre en vuestras mentes y registradla en lo más recóndito de vuestro corazón. Todo un tratado de moral- masónica está contenido en ella misma.
Dejad hablar a los hombres es la segunda parte de este precepto magnífico. ¡Cuántas discusiones, cuántas tragedias, cuánto dolor evitaríamos a la humanidad si los hombres dejáramos hablar a los hombres! Cerrar el paso a la razón o sinrazón de los demás es el primer paso en el camino de la desesperación, lo mismo de un hombre que de un pueblo, de una nación que del universo. Es preciso hablar para entenderse, es preciso entenderse para no odiarse. Pégame, pero escúchame, dijo el filósofo. En toda ocasión deja hablar a los hombres y estarás cumpliendo con uno de tus sagrados deberes morales.

 

“Ama a los buenos, compadece a los débiles, huye de los malvados, mas no odies a nadie”. Esta máxima de moral masónica se explica por sí misma y no necesitamos de un gran esfuerzo para hacerla comprender. Pero sí debemos aclarar que al inducirnos a amar a los buenos quiere decir que nos unamos a ellos, que los incorporemos a nuestra brigada de hombres buenos y de buenas costumbres para hacer el bien a la humanidad. Compadece a los débiles quiere decir ayúdales, dales ánimos, fortalece su carácter. Hazlos fuertes si puedes. Este es tu de leer, y no dejarlos que se ahoguen en su debilidad moral. De los malvados no debe huirse, deben aislarse si no pueden o no quieren regenerarse. Y, por último, nos aconseja este precepto que no odiemos a nadie. Sublime y cordial consejo. Cuando aprendemos a no odiar a nadie estamos entrando por el camino de la mayor felicidad del hombre. Practíquenlo y verán qué tranquilidad de conciencia experimentan.

“Habla respetuosamente a los grandes, prudentemente a tus iguales, sinceramente a tus amigos y con ternura a los pobres”. También este precepto es comprensivo por sí mismo y apenas necesita explicación. Sólo diremos que debe hablarse respetuosamente a todos, grandes y chicos, fuertes y débiles, ricos y pobres, pues todos merecemos respeto y consideración. Lo que se diga o la forma en que se diga, ya está en relación directa con el efecto que queremos producir. Pero manifestarnos respetuosamente en todas las ocasiones es conquistar el respeto y consideraciónde los demás.

“No adules jamás a tu hermano, porque lo traicionas, y si tu hermano te adula, desconfía no te corrompas”
Esto nos pone sobre aviso del mal que producimos con la adulación y del daño que pueden hacernos los aduladores, que no deben confundirse con los amigos leales que reconocen nuestros méritos y nos señalan nuestros errores. La adulación a nuestros hermanos y amigos siempre es perjudicial, y a veces ocasiona males incalculables: no así la justa apreciación de su ejecutoria, que debemos reconocer y premiar, por lo menos con nuestra admiración.
“Escucha siempre la voz de tu conciencia”. Parece ser complementario del anterior precepto, es decir, nuestra conciencia es la que debe determinar el grado de admiración que debemos dedicara las acciones de nuestros hermanos. También ella debe ser juez de nuestra conducta, y nunca debemos realizar una cosa que nuestra conciencia nos rechace, si queremos estar tranquilos y en paz con nosotros mismos.
“Sé el padre de los pobres, cada suspiro que tu dureza les arranque, será una maldición que caerá sobre tu cabeza”. La miseria es una de las plagas más temibles y más frecuentes de la humanidad; y miseria y pobreza son palabras sinónimas. En primer término,debemos tratar de desterrarlas socialmente, pero mientras tanto socorramos al pobre de acuerdo con nuestras posibilidades; levantemos su espíritu y démosle facilidades para recuperarse: una palabra de aliento, un apretón de manos y un bocado de comida pueden ser la salvación de un alma abatida. Tú y yo lo podemos hacer, vamos a hacerlo, querido hermano.
“Respeta al extranjero y al viajero, porque su posición los hace sagrados para tí”. Los españoles exilados, tan numerosos en Cuba, son un ejemplo viviente de la magnitud de la moral masónica que hay en este humanísimo precepto puesto en práctica por los masones cubanos de toda la República. De ello debe sentirse orgullosa la Institución. ¡Cuántos comieron, durmieron y se encauzaron en la vida, gracias al esfuerzo y cooperación de nuestros hermanos! Así hay que proceder siempre, sin preguntarles de dónde vienen ni a dónde van. Son extranjeros o viajeros, prestémosles nuestra ayuda incondicional hasta donde alcancen nuestras fuerzas, y estaremos cumpliendo moral y materialmente con la Orden.

 
“Evita las disputas y prevé los insultos poniendo la razón de por medio”. Este es más un ejemplo de virilidad mental que precepto de moralidad masónica. Es nuestra mente la que tenemos que educar, no producir querellas ni lanzar insultos sin ton ni son. Posiblemente sea esta debilidad humana la que más perjuicios nos acarrea, tanto en nuestras “tenidas” como en nuestras relaciones profanas. Una mente fuerte y educada en el buen decir difícilmente se exalta, y menos profiere frases insultantes que luego es difícil recoger y menos explicar. Primero meditemos bien el alcance de lo que vamos a decir, y si no quisiéramos que nos lo dijeran a nosotros no debemos decirlo. Esta es una buena regla para no equivocarse. Decía el Venerable Hermano Welter del Río que todos llevamos dentro un bruto, y que la ciencia del hombre sensato consiste en no dejarlo salir por nuestra boca, para mantener la cordialidad entre los hombres. El motivo litúrgico de tener que pedir la palabra en logi; y mantenerse al orden mientras se habla, es porque esa posición nos inspira respeto, impide que nuestras manos accionen y el bruto de que hablaba Walter del Río no se atreve a salir. Las disputas y los insultos deben ser desterrados del vocabulario de todo masón consciente y cumplidor de sus deberes.
“Respeta a las mujeres, jamás abuses de su debilidad y muere antes que deshonrarlas”: Además del “bruto” que ya conocemos, hay otro bruto sexual dentro de nosotros, tan difícil de refrenar o más que el del impulso a la agresión o el insulto. Y, no obstante, debemos reprimirlo y sujetarlo a las reglas de conducta que nos señala la sociedad y nos indica nuestra conciencia si queremos oírla. Si pensáramos en nuestras madres, hermanas o esposas, muchas tragedias podríamos evitar sin que por eso dejáramos de satisfacer nuestros deseos de hombres.
Ni con el pétalo de una rosa quería el Apóstol herir a la mujer. Claro que se refería a la mujer honrada, honesta y santa. Así debes respetarla tú.
Si el Gran Arquitecto del Universo te da un hijo, dale gracias, pero tiembla por el depósito que te confía, porque en adelante tú seres para ese niño la imagen de la Divinidad; haz que hasta los 10 años te tema, hasta los 20 te ame y hasta la muerte te respete; hasta los 10 sé su maestro, hasta los 20 su padre, y hasta la muerte su amigo”.
¿Qué podremos decir para glosar este precepto paterno que lo encierra todo? Los que tenemos hijos y lo hemos observado al pie de la letra, aunque ellos no hayan correspondido en todo a nuestros esfuerzos, nos sentimos satisfechos como padres. Hemos cuidado de su niñez y de su educación, de la salud de su cuerpo y de su alma; los hemos protegido en la adolescencia y nunca hemos dejado de ser sus amigos más íntimos. De lo demás es el destino el que manda, y no nosotros. Los padres, como lo hicimos nosotros, deben leer y releer este sabio consejo, que noblemente lo es da la Institución, y obsérvalo lo mejor posible. Al llegar a abuelos se sentirán satisfechos de haber sido padres observadores de nuestras enseñanzas.
 
“Enseña a tus hijos buenos principios, antes que bellas maneras, que te deban una doctrina esclarecida mejor que una frívola elegancia, que sean hombres honrados mejor que hombres hábiles. “Bien está la enseñanza de buenos principios, es básica para todo ser humano. Con buenos principios se puede cruzar el camino de la vida sin grandes tropiezos morales ni materiales, pero es muy útil también practicar las buenas maneras; una cosa no excluye la otra. Una mente limpia de fanatismo y que sepa analizar las verdades del mundo sin perturbaciones religiosas ni de otra clase, es una buena recomendación que debemos aprovechar al encauzar por la vida a nuestros hijos. Yo aconsejaría producir hijos honrados y hábiles. Hábiles de laborar, no de escamotear: Laboriosos y útiles y desde luego honrados, sin cuya condición ningún hombre es completamente hombre, ya que cada mácula deshonrosa le irá quitando un pedacito hasta dejarlo en un ente despreciable.
“Lee y aprovecha, ve e imita lo bueno, reflexiona y trabaja, y que todo redunde en beneficio de tus hermanos para tu propia utilidad“. La recomendación no puede ser más eficaz y más provechosa. El que lee y asimila lo leído, progresa y mejora su condición personal. Sabe el porqué de las cosas y no es materia fácil al engaño ni al error. Por algo los gobiernos demócratas y progresistas se preocupan tanto de que el pueblo aprenda a leer. Es para ilustrarlo, para que conozca por sí mismo sus derechos y sus deberes de ciudadano y se instruya en los adelantos de su profesión u oficio. El masón, en general, teniendo la dicha de saber leer, lee poco y asimila menos; por eso hay tantos analfabetos masónicamente hablando.
Unos pocos en cada logia se preocupan de adquirir algún libro masónico, y algunas veces de leerlo, ni siquiera revistas o folletos que lo irían documentando masónicamente. Parece que les hace daño la letra de molde o que pierden su tiempo cuando se instruyen de algo que es tan útil en la vida, como son las doctrinas masónicas y los postulados de esta Orden, tan vieja y tan sabia, que toda ella es un tratado de una mejor manera dé vivir. Leamos más, para saber más y entendernos mejor. Por último, nos recomienda este párrafo de nuestro código moral que trabajemos en beneficio de nuestros hermanosm, para nuestra propia utilidad. Y, aunque parezca paradoja, es cierto. Casi siempre lo que hacemos en beneficio de los demás, al final resulta en nuestro propio beneficio, bien de crédito, bien de consideración o bien de afecto, que es una moneda valiosa en el curso de la vida.
“Sé siempre contento para todo, con todo y de todo”. A primera vista parece que nos está recordando la conformidad del simple, pero no es así. Quiere que lo estemos con el honor que conquistamos, con el trabajo que hacemos, con la vida que llevamos, con el trato de nuestros hermanos, con el pago que recibimos; pero a condición de que debemos merecerlo por nuestro esfuerzo y por nuestro comportamiento. De esta manera debemos hacer las cosas contentos y esperar con alegría el resultado de nuestra noble labor.
“Jamás juzgues ligeramente las acciones de los hombres, perdónalos o condénalos, el Gran Arquitecto del Universo es el Único que puede valorizar sus obras”. Hemos llegado al artículo 16 y último de los precepto que contiene el Código Moral Masónico que venimos glosando a nuestro buen entender y saber, sin que esto sea definitivo, pues cada hermano debe leerlos y estudiarlas por sí mismo, y sacará muchas consecuencias más de las que aquí dejamos expresadas, ya que el tiempo obliga a la síntesis.
 
Vayamos sobre el capítulo que nos queda y que nos recomienda que nunca juzguemos las acciones de los hombres ligeramente, ni para condenarlos ni para absolverlos, ya que podemos caer en el error; y tan malo es castigar a un inocente como absolver a un criminal, si llevamos a este plano las acciones buenas o malas, que su yo íntimo le obliga u ordena realizar.
Es el A.G. y su conciencia los que deben juzgar su obra. No son los delitos de otra naturaleza en los cuales sí debemos intervenir los hombres aplicándole la justicia humana, en la que debe imperar siempre la benevolencia y hasta el perdón cuando sea aconsejable.
Terminaremos nuestro trabajo pidiéndoles benevolencia a los hermanos por los errores de apreciación en que hayamos podido caer en el curso de esta sincera exposición, teniendo en cuenta nuestra buena fe y mejor voluntad al realizarla, finalizando con lo que dice sobre la materia un conocido autor: “El código masónico es nuestro guía, en la adversidad o en la opulencia, pues los principios que celosamente encierra nos harán hombres de carácter, ya que los hombres sin carácter son una cosa y no una personas (La Habana, 1960).
 
 

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