Singular
personaje del que da noticia el jesuita Segundo Llorente en el número 133 de la
revista El siglo de las misiones. El padre Llorente, oriundo de León, se
hallaba evangelizando en el Polo Norte, península de Alaska y pueblo de
Kotzebue, cuando, en las Navidades de 1941, recibió la visita de un individuo
que dijo llamarse Manuel Lavandero, quien llevaba residiendo en Alaska,
dedicado a la explotación de yacimientos auríferos, alrededor de cuarenta años.
Según el jesuita, Lavandero nació en
Camás y quedó huérfano a los once años.
Salió de casa y no paró hasta Gibraltar. Encontró empleo en un vapor correo que
llevaba correspondencia por los pueblos de África, y fue a parar a Londres,
desde donde zarpó para la
India. A la vuelta, tomó un barco para
Cuba y, al regreso
de este país a España, enfermó durante la travesía y posteriormente fue
trasladado a un hospital de los Estados Unidos. Ya restablecido, se internó en
el país y vivió extraordinarias aventuras, hasta que, en 1902, se fue a Alaska,
de donde no quiso salir. Añade el misionero que Lavandero “es soltero, no sabe
si vive el hermano que dejó en Asturias y nunca ha escrito a España; trabaja
poco y despacio, come alubias y carne de reno y criba el mineral al fin del
verano y obtiene en limpio quinientos dólares. Es querido de todos y tiene fama
de ser la persona más bonachona de toda la región minera” (J. A. M.).